José de Cádiz
A veces me pregunto si alguna vez tendré la oportunidad de conocerte. Sí, me refiero a ti que me estás leyendo en este momento. Que me has venido siguiendo durante mis andanzas en la red. Que me conoces desde que me inicié escribiendo en páginas literarias colectivas. ¿Recuerdas cuando leíste mi primer poema o cuento en Predicado.com? Yo, si recuerdo cuando te comunicabas conmigo en Los cuentos.net o en Ficticia.com. Cuando leías mis entrevistas en Arihua.net o en cualquier otra página donde escribía.
Sin embargo, a pesar que entre nosotros había comunicación me hubiera encantado estrechar tu mano, darte palmaditas en el hombro, o regalarte la mejor de mis sonrisas. No hubo esa oportunidad y tal vez nunca podremos conocernos personalmente. Son las limitaciones de la red que nos pone en contacto con el mundo pero sin caricias físicas. No importa, porque la distancia o el idioma nunca ha sido una barrera entre nosotros. Puedo sentir tu cercanía cuando me lees. Lectores de los cuatro puntos cardinales han estado presentes en mi blog. Muy agradecido.
Quiero decirte que me preocupo por ti y trato de ofrecerte lo mejor del pensamiento humano. Elijo lo que te puede servir en mis letras y desecho lo superfluo. Procuro que en cada página o párrafo encuentres una pequeña lucesita de sabiduría o inspiración; que mis maestros sean también tus maestros; que mi fe en el gran creador sea esa fe que te mantiene vivo y lleno de ilusiones. Que mis sueños alcancen los tuyos y se expandan en todas direcciones.
La vida es demasiado breve. Apenas sí abarcamos una parte infinitesimal del conocimiento. Los vaivenes y altibajos nos mantienen alertas y en busca de la felicidad. Nos percatamos que la dicha es tan fugaz como un arco iris después de la lluvia y está compuesta solo de momentos. De instantes brevísimos que quisiéramos asir con las manos y retenerlos para siempre. Es increíble, pero es en las pequeñas cosas de la vida donde se esconde la felicidad. En comer con nuestra familia, en abrazar a nuestra pareja, en convivir con los amigos, en la sonrisa de un niño, en una puesta de sol, etc., etc..
No es en el dinero, ni en el poder, tampoco en la fama, ni siquiera en el éxito profesional, donde se esconde la dicha. Es en nuestra fe en el Gran creador; en mantener vivo el optimismo cada mañana. En la oración diaria que nos proporciona bienestar y paz interior. Tenemos suficientes motivos para agradecer a Dios cada día: por el pan que pone en nuestra mesa, ¡por estar vivos!, por ver la luz del sol y las estrellas. Porque tenemos la capacidad de crear e imaginar lo que nos hace felices. Ante todo porque estamos sanos, completos, y llenos de AMOR.
Que cristalices tus sueños el próximo año.
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