Cap. XI
El placer y sufrimiento son extremos que se tocan.
José de Cádiz
Marilyn insistió en conocer mi departamento. La
llevé y escuchamos música. Le pedí que bailáramos desnudos y nuestros sentidos
se dispararon. Me enervaron sus caderas blancas y tersas como alabastro. Nada
hay más excitante que contemplar un par de montañas a nuestra entera
disposición.
La música nos arrastró a un torbellino de
caricias. Le sugerí que se recostara boca abajo. Besé y estrujé sus encantos
con lascivia. Recliné mi cuerpo en el suyo y la rubia gimió de placer. Deslicé mis manos por su cintura mordiendo
ligeramente el lóbulo de sus orejas. Acaricié en círculos sus pezones bien
erectos.
Sus mejillas encendidas denotaban intenso erotismo. Se volteó súbitamente y me rodeo la cintura con sus piernas. Sus manos
ansiosas hurgaban cada parte de mi cuerpo. Friccionó mi pene con delicadeza
como si temiera hacerle daño. No supe cuánto tiempo transcurrió pero me
sumergí en un mar de sensaciones indescriptibles. Cada molécula de nuestros
cuerpos vibraba como cables de alta tensión.
La excitación y el sudor nos mojaron completamente.
Me dolían los testículos y apunté mi miembro a su vulva en una penetración lenta y profunda. Marilyn arqueaba su
cuerpo en cada orgasmo. Posteriormente adoptó
la posición más salvaje y primitiva. Una hembra voluptuosa con un varón
insaciable. Me propuse prolongar el
placer tanto como fuera posible.
Quedamos exhaustos y completamente relajados hasta la una de la mañana.
Me dormí y desperté con una erección más violenta. Palpé en la oscuridad el cuerpo tibio de una
mujer. Recordé que tenía como huésped a una diva. Ignoraba si estaría dispuesta
a continuar la sesión. No me atreví a despertarla. Tomé un baño de agua fría y
me volví a dormir.
El placer y sufrimiento son extremos que se tocan. La eterna dualidad de la
cual pretendemos escapar. Aquella
madrugada viviría una de las experiencias más desconcertantes de mi vida. En lo
profundo del sueño la rubia empezó a gritar:
--¡No, no, por favor! ¡Déjeme! ¡Se lo suplico! –se quejaba visiblemente consternada.
Me desconcerté sin saber qué hacer. Se me ocurrió despertarla y la sacudí
vigorosamente. Deseaba que mis palabras la tranquilizaran pero no fue así. Ella gritaba con más fuerza aún.
--¡No, no, por
favor! ¡Déjeme, soy una niña! ¡Soy una niña!
Abrió los ojos aterrorizada como a punto de ser lanzada a un precipicio.
Comprendí que se trataba de un shock y recordé su consternación pasada. Nunca
pensé que las secuelas de un trauma fueran tan terribles y estaba reviviendo su
violación. Mil ideas se agolpaban en mi mente. Expresé con serenidad tratando
de parecer natural:
--Por favor, corazón, tranquilízate. Nadie te hará daño aquí. Todo fue
una pesadilla.
Se agitó dolorosamente en la cama. La abracé
y besé con gran ternura. Mis palabras la serenaron un poco pero continuaba
llorando. Se aferraba a mi cintura temblorosa. Deslicé suavemente mis
dedos en sus cabellos.
¿Era el motivo
de sus fracasos matrimoniales? ¿Un trauma que la marcó para siempre? Lamentablemente sus parejas no entendieron su
sufrimiento emocional. Fue demasiado el daño
para alojarse en su subconsciente todo el tiempo. Los seres humanos
reaccionamos al dolor de diferente manera. Una niña es particularmente sensible
y su psiquis se alteró diametralmente.
Había leído lo suficiente para saber que un trauma se cura reviviendo el impacto
provocado. ¿Estaría la bella dispuesta a contarme su experiencia?
Estuvimos largo rato sin hablar cobijados con las primeras luces del alba. Es
tan hermoso un amanecer con la mujer deseada.
En el lecho se comparten emociones y sentimientos. Pero no es la fuente de la felicidad más
plena. Ésta se encuentra en una dimensión superior a los sentidos. Le
pregunté con mucho tacto:
--Norma, ¿qué sucedió aquella vez en tu infancia?
Guardó silencio
y cerró los ojos apesadumbrada. Negó con la cabeza.
--Si gustas podemos
hablar otro día. Trata de descansar. Mientras tanto prepararé el desayuno.
--¡No por favor no te vayas! Tengo mucho miedo. Trataré de recordar todo si lo
crees necesario pero no me dejes sola. En mi mente hay imágenes borrosas como
en una película cortada.
La alenté con
gran ternura:
--Dicen que el
alma descansa cuando se comparten las penas.
Después de
varios minutos decidió hablar:
--Tenía nueve años cuando sucedió todo. Yo
vivía con un matrimonio maduro y nunca me atreví a hablar de ello con nadie.
Ni siquiera con mi madre que vivía. Temía que no me creyeran o me consideraran loca.
Respiró profundamente y continuó:
El señor se
mostraba cariñoso todo el tiempo. Yo lo veía como un padre y cifraba en él todo
mi cariño. Su esposa era buena y me daba de comer antes de irme a la escuela. Una noche la señora tuvo que ausentarse para visitar unos parientes en un
condado de los Ángeles. Desgraciadamente, no regresó hasta otro día, situación
que aprovechó su marido para….
Un nudo en la garganta cortó su voz. Parecía atravesar el túnel del tiempo como
densos nubarrones. Sobrecogida de angustia prosiguió:
--Yo presentía que algo iba a ocurrir. Supliqué a la señora me llevara con
ella pero se negó rotundamente afirmando que no era necesario. Guardé
silencio resignándome a mi suerte. ¡Dios mío cómo puede haber tanta crueldad en un hombre!
–Marilyn sollozaba incontenible.
Dejé que se desahogara y después de unos instantes prosiguió:
--Esa noche cerré la puerta de mi cuarto pero había una ventana muy alta.
Los niños podemos presentir el peligro en cualquier situación. En la
madrugada sentí que alguien me tocaba --Marilyn se estremeció de nuevo.
Intenté postergar su narración pero era demasiado tarde. Si querer había
abierto un dique que la arrastraba despiadadamente al pasado. Su sinceridad me
conmovió más:
--Cuando sentí sus manos en mis piernas grité con todas mis fuerzas. Me abrazó de la cintura por
detrás inmovilizándome por completo. Le supliqué que no lo hiciera pero
se mostró más violento golpeándome sin misericordia. Comprendí que aquel hombre
no era mi padre sino una bestia feroz dominada por el deseo. Yo trataba
de evitar la penetración pero él parecía excitarse más con mi
resistencia:
--¡No, no, por
favor! ¡Se lo suplico! ¡Soy una niña! ¡Soy una niña! Sentí como si la zarpa de
un tigre me desgarrara por dentro.
Marilyn se
arrinconó en la cama cubriéndose la cara con las manos. Lloró incontenible
durante más de una hora. La acaricié tratando de hacer menos dolorosa su catársis.
Pude ver todo como en una pantalla del tiempo. En seguida se durmió adoptando la posición de un feto. Como remontándose
al vientre materno donde nadie pudiera hacerle daño. Donde sólo su madre la arrullara cantándole
una canción de cuna.
Me levanté con gran sigilo a preparar el desayuno. Todo había resultado emocionalmente
agotador. El sol se filtró por una ventana pero no me preocupaba estando con
ella. Desde lo alto observé que cinco policías vigilaban el edificio. Preparé café,
jugo de naranja, hot cakes. Aguardé pacientemente.
Después de 2 horas la actriz seguía dormida. Pedí a Dios despertara con un
nuevo semblante. Que terminara ahí su
sufrimiento. El cielo debía brindarle toda posibilidad de ser feliz. Despertó y
me saludó con una chispa de cordura y sobriedad:
--Hola, cariño, me apena mucho lo sucedido. ¿Te asusté demasiado con mis
gritos?
--No, preciosa, para nada. Estoy acostumbrado a los imprevistos.
Se levantó, tomó una toalla, y se dirigió al baño. Salió de la regadera y sirvió
dos cafés. Parecía dispuesta a continuar
conversando pero ahora desde otro ángulo:
--Si piensas que ya lo sabes todo de mí estás equivocado. Posteriormente
vinieron cosas más terribles. Nunca
volví a ser la misma.
Yo la escuchaba sin parpadear:
--Soy una mujer
insatisfecha todo el tiempo. Ni el sexo, ni el dinero, ni la fama llenan el vacío de mi alma. Nada en la vida me
hace feliz.
Sonrió amargamente y agregó:
--A partir de aquella noche tuve una gran necesidad de tocarme. Sintiéndome posteriormente
muy sucia, porque mi educación católica me inculcaba otra cosa. Terminaba llorando.
--Norma, ¿cuántas
veces te has enamorado?
--Dos veces. De Arthur
Miller, y John F. Kennedy.
--¿Tu primer esposo no cuenta?
--Creo que fue una ilusión pasajera. James, nunca me perdonó haber posado
desnuda. Me abandonó y me vi sola y desprotegida.
--Afirman que
fuiste el gran amor del beisbolista Joe Demaggio
--El amor no se
demuestra con golpes. Era demasiado celoso y posesivo, exigía me retirara del
cine. Me pegaba frecuentemente. Un día
me fui de su casa para siempre y nos divorciamos. Pero, eso sí, ¡es
un toro en la cama! Cuando estoy sola lo llamó.
--Cuéntame tu
relación con Arthur Miller.
--Me enamoré de
su inteligencia y talento. Había leído
sus libros y buscaba el cariño de un padre.
Deseaba tener un hijo y me embaracé muy pronto. A los 3 meses perdí a mi
bebé. Arthur me acompañó a filmar una película en Londres y allá me
abandonó.
--¿Por qué?
--Bueno… tuve
una aventura amorosa con un guionista.
--A ningún marido
le gusta una esposa infiel.
--No puedo
controlar mis atracciones. Soy una mujer impulsiva con el sexo. Me sentía
frustrada por la pérdida de mi bebé. Lamento haber desilusionado a Arthur.
--Supongo que
con John Kennedy fuiste inmensamente feliz.
--Es verdad. Yo tenía línea directa a La casa blanca y lo visitaba con
frecuencia. Era tierno y cariñoso todo el tiempo. Su esposa encontró mis pantaletas en su
oficina. Un detective le informó de nuestra relación. Jaqueline Kennedy me odia encarecidamente.
--Es natural, le
estabas quitando al marido.
--Hoy comprendo
la situación. En aquel momento el amor me cegó.
--Ya veo que el amor
es ciego y sordo. Dicen que “el corazón tiene razones que la razón desconoce”.
--Creí morir
cuando John ya no contestó mis llamadas y me refugié en las drogas y
el licor. Entonces tuve una relación con
un capo.
--¿Con un capo?
--Sí, se llama Sam
Giancana. Frank Sinatra me lo presentó
en Las vegas. Ese día nos tomamos unas copas y no supe más de mí. Giancana, odia a los Kennedy y dice que John
llegó a la presidencia gracias a sus contactos sindicales. Jura que lo
traicionaron y que algún día se vengará.
--¡Qué
barbaridad!
--En mi
diario anoto puntualmente estas anécdotas.
Lo dejaré en tu buró por si deseas conocerlas.
Por lo visto la
estrella no tenía reservas. El público sabía que escribía un diario y tenerlo a
mi disposición era como tener el tesoro de Alí Babá y los cuarenta ladrones. O
mejor aún, las memorias de Adolfo Hitler
y Eva Braun. Un texto que contenía revelaciones que jamás imaginé.