miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL ROSTRO OCULTO DE MARILYN 1





Cap. I

Un sueño Convertido en Realidad

José de Cádiz




En 1962, un poco antes de morir, Marilyn Monroe viajó a la Cd. de México. Visitó el puerto de Acapulco y se hospedó en uno de los mejores hoteles. He ahí la oportunidad que tanto estaba esperando. Mi vida dio un vuelco de noventa grados cuando recibí una orden de mis superiores.


Debido a mi buena hoja de servicio, como policía industrial, fui elegido, junto con otros compañeros, para cuidar el cuarto de hotel de la estrella día y noche. Solía pasear con amigos y regresaban muy tarde. A veces se encerraban y solo se escuchaba música, voces, risas.  Se levantaban muy tarde.
 
Yo había visto casi todas sus películas y conocía la trayectoria de la actriz.  Era su más fiel seguidor y defensor. Soñaba con ella y tenía un póster gigantesco color rojo en mi cuarto.  Ahí donde Marilyn posó completamente desnuda mucho antes de convertirse en actriz.  El pergamino escarlata que la lanzó a la fama allá por 1944.  Pero conocerla personalmente era una fantasía que estaba más allá de mis posibilidades.

  
Supongo que todos hemos tenido sueños con alguna estrella de cine o de música.  Nunca se nos ocurre pensar que esas ilusiones se pueden convertir en realidad.  Miramos a nuestros ídolos como seres inalcanzables, más allá del bien y del mal.  No necesariamente es así y siempre existe alguna posibilidad. Después de todo son seres de carne y hueso como cualquiera de nosotros.  La única diferencia es que son populares y tienen múltiples ocupaciones.  No obstante, tienen las mismas necesidades físicas y emocionales.


El problema era que yo estaba consciente que la diva se acostaba con puros personajes del mundo de la farándula, de la política, e intelectualidad: Arthur Miller, Joe De Maggio, John F. Keneddy, y otros más que habían sido sus compañeros sentimentales.  ¿Cómo se iba a fijar en un policía de banqueta como yo?

 
Y sin embargo así fue. En un momento de crisis existencial en el cual ella hubiera preferido no haber nacido.  Si no hubiera sido por esa circunstancia jamás la hubiera tratado.  Yo estaba enterado que se había casado con un militar desconocido mucho antes de convertirse en modelo.  Luego se divorció y posteriormente contrajo matrimonio varias veces siendo ya una figura popular.


Muy conocida su infidelidad con todos los que la amaron. Se decía que no usaba ropa interior y que acostumbraba hacer el amor diariamente. Eso me intrigó bastante y alborotó mis hormonas al máximo. Una tarde la vi muy sola y atribulada en el lobby de su hotel.   La verdad nunca la había visto con ese semblante ni pensé que la tristeza tuviera cabida en una estrella.


Entonces decidí acercarme a ella para conocer sus motivos. Vestía una ropa ligera, pañoleta, y gafas blancas, seguramente quería pasar desapercibida. Pero eso no ocultaba su tristeza y desazón, algo le sucedía a mi admirada Marilyn.
 
--Buenas tardes, señorita Monroe –le dije en perfecto inglés-.  ¿Puedo ayudarla en algo?

 
--Ni siquiera me regresó a ver y contestó de mala gana-: Buenas tardes, ¿en dónde le firmo mi autógrafo?


--¿¿??

Me lo dijo en forma tan fría, mecánica, sin emoción, que no me gustó para nada. Insistí, motivado por su mutismo.


--Señorita Monroe, yo, bueno. Lo que pasa que tengo el deber de cuidarla y la veo muy mortificada.  Dígame, por favor, en qué puedo servirle.  Para eso estoy aquí.


Hasta entonces se dignó mirarme siquiera. Se quitó las gafas y por primera vez vi ese rostro hermoso completamente cerca.  No dudé que me encontraba ante una diosa porque sus ojos eran mucho más bellos que en la pantalla. Bajita, de manos y rostro agraciado, y un cutis blanco como de porcelana. En su mirada había una mezcla de amargura y confusión pero eso no ocultaba su hermosura.  Algo no me agradó, ¡Marilyn, estaba sufriendo mucho!

 
Su voz cristalina y musical expresó como si no fuera de este mundo:


--Gracias, pero no creo que pueda ayudarme -sus ojos húmedos denunciaban que había llorado mucho - y opté por capitalizar la situación.


--¿Se siente enferma? Si gusta puedo llamar a un doctor. O tal vez prefiera que llame a uno de sus amigos.

 
--Sucede que me siento tan desolada en mi cuarto, tan triste y sin esperanzas.  Siempre lo mismo en mis viajes por el mundo.  Todo es tan mecánico y carente de sentido.


Cómo era posible que me dijera eso la mujer más exuberante y glamorosa del cine.  La más aclamada y querida por millones.  El sueño dorado de todos los hombres.


--Pero, señora, si ayer la vi departiendo con amigos.  Parecía muy alegre y se nota que la quieren mucho.


--¿Qué me quieren? ¿Quiénes? Como se ve que no conoce el ambiente del cine. Aquí sólo se mueven intereses, es un mundo de apariencias solamente.  Me gustaría encontrar verdaderos amigos pero es prácticamente imposible.


A veces el destino nos brinda oportunidades maravillosas.  Ésta era una de ellas.


--Si no se molesta, ¿le puedo hacer una propuesta?


--Ud. Dirá.


--¿Gusta tomar un café en el restaurant del hotel? Podemos platicar a gusto ahí.


Me miró un momento de arriba abajo.  Cuando menos le inspiré confianza porque aceptó la invitación.  Se levantó nerviosa y sin decir palabra me siguió como un corderito hasta la cafetería del hotel. Me pareció una mujer completamente diferente a como yo la había visto en sus películas. Parecía un gatito inofensivo y no la vampiresa sensual y desafiante que yo admiraba tanto.


Nos sentamos en silencio en la cafetería.  Pedí un café y le extendí la carta. Ella pidió un café capuchino doble. Por primera vez sonrió y preguntó:


--¿Aquí trabaja Ud.?


--Sí, señora, soy policía industrial, y tengo la grata misión de cuidarla mientras permanezca en el puerto. Estoy para servirle en todo lo que guste y mande –esta frase procuré darle todo el énfasis posible, tal vez pudiera tomarlo como una insinuación.


--Gracias, pero mañana nos vamos.  Tengo que continuar filmando en California. La vida del cine es tan ajetreada.


Regresé a ver a todos lados para ver si nos miraban curiosos los comensales. Me sentía el más feliz de los mortales departiendo con Marilyn Monroe. Pero me desilusionó un poco ver que el disfraz de la estrella le daba resultados. Nadie la reconoció y mucho menos a mí. Ni siquiera un compañero de trabajo.  Continué:


--¿Por qué se va tan pronto? Si estamos muy a gusto con Ud. en el puerto. ¿Ya visitó todos sus atractivos?


--No todos, pero he visitado algunos.  Sus playas son el paraíso.  Ayer paseamos en paracaídas por toda la bahía y los acantilados de "La quebrada" me dicen que son de ensueño.  Me hubiera encantado conocerlos.


He ahí la oportunidad para ir más lejos.


--Por supuesto, los clavados en la noche son espectaculares. No puede irse sin verlos,  sin sentir el vértigo de las alturas...


--A todo esto, ¿cómo se llama Ud.? –preguntó sin tapujos.


--Joe, me llamó Joe.


Sonrió con añoranza y repuso:


--¡Ah, Joe! Un nombre que se repite en mi vida. Así se llamaba uno de mis ex maridos: Joe. Lo quise mucho en verdad.


Decidí avanzar más e inquirí.


--¿Pero si lo quiso mucho por qué se divorció de él?

 
--¡Ah, eso es muy difícil de contestar!  ¿Cree usted en el destino, Joe?


--No mucho, la verdad.

--Fíjese que yo tampoco creía pero hace muchos años, cuando era adolescente, una pitonisa me dijo que llegaría a ser famosa. Mencionó que me casaría varias veces y también que moriría joven. Que disfrutara la vida. ¿Se da cuenta? A veces lloro por eso me aterra tanto la muerte.


No me gustó que la plática se encaminara hacia el fatalismo y la parca y menos en aquellos momentos de tristeza de mi adorada. Así que me salí por la tangente:


--No se crea, esas son puras supercherías. Nadie puede vaticinarle a uno la muerte mi querida señora. Nadie.

 
Sabía que no era sincero porque siempre he creído en la fuerza del destino y la voluntad del eterno.  Pero tuve que ser cauto dadas las circunstancias de aquella mujercita desvalida.


Un niño de los que venden flores en los cafés se acercó y ofreció un ramillete de frescas rosas. Marilyn exclamó emocionada:


--¡Oh, qué hermosas!


--¿Le gustan? –en seguida compré al muchacho todas las flores. Fui a la administración y pedí que las colocaran en un recipiente bonito. Yo pagaría todo.


Continuamos platicando mientras la diva acariciaba discretamente los pétalos de una rosa. Parecía haber mejorado un poco su semblante.   ¿Y si Marylin estaba enferma o era esquizoide?


Yo quería saber más de ella, todo lo que se pudiera.  Tal vez ya no habría otra oportunidad. Siempre he sido muy curioso y su vida me interesaba sobre manera.


--No puedo creer que se siente tan sola y que no tenga a nadie en el mundo.


--Aunque no lo crea, es así.  Las estrellas del espectáculo nos sentimos solas. No tenemos un hogar fijo y vivimos mucho tiempo en aviones, hoteles,  y diferentes ciudades.  Tal vez ignore que yo no tengo familia. Mi madre murió hace muchos años y a mi padre no lo conocí. Lo único que tengo es el cariño del público.


--Pero eso es bastante, supongo.


--No se crea, el público es tan desmemoriado.  Ahora me aplauden y mañana me olvidan sin misericordia.  Sólo podemos compartir con nuestros admiradores de lejos; de cerca me ahorcarían y me sacarían los ojos. Son tan efusivos mis admiradores.

 
No pude evitar la carcajada mientras Marilyn me miraba confundida y temerosa de mi desfachatez. Le pregunté en broma:


--¿Y por qué habrían de sacarle los ojos sus fans?


--Ud. no tiene idea lo que es la fama, salir a la calle y que me reconozcan. No me dejan en paz ni un momento, me abrazan, me besan y se llevan hasta mis zapatos. Todo es bastante abrumador.


--Es el precio de la fama, como dicen por ahí.


--Pues sí, pero qué precio tan alto, ¿no le parece?  Perder la tranquilidad y el sosiego.


--Oiga, Marylin, ¿y Ud. buscó siempre la notoriedad?


--Fíjese que no, yo trabajaba en una fábrica y un fotógrafo insistió en tomarme una foto para una revista. La imagen dio la vuelta al mundo y terminé haciéndome muy popular.


--Efectivamente, es un pergamino precioso.   Lo tengo en casa y es espectacular. ¿Me lo podría autografiar? Si me permite se lo puedo traer mañana.


--Por supuesto, Ud. ha sido muy amable conmigo.  Nada más dígame a quién se lo dedico.


--Pues a mí y si no es mucha molestia con unas letras grandes que digan: "Con todo cariño para Joe".  ¿Podría ser de esa manera? Me encantaría esa dedicatoria.


--Claro que sí, y espero que lo traiga. También podemos tomarnos fotos para que las presuma a sus amigos.


--Me parece fantástico.  Aquí estaré puntual.


Aquello era más de que lo siempre había imaginado.  La actriz me estaba agradeciendo mis atenciones, por lo que hice una última propuesta:


--Oiga, y si desear conocer "La quebrada", me gustaría invitarla hoy mismo. Soy buen anfitrión se lo aseguro.


--Tengo algunos asuntos que atender, pero mañana podemos salir.  Acepto su invitación por ser mi última noche en el puerto.  Quiero disfrutarla en grande. olvidarme que soy Marilyn Monroe.


--¿De verdad saldría a pasear conmigo? Me haría tan dichoso.  ¿A qué hora paso por Ud? Le recuerdo que estoy resguardándola en su hotel las 24 horas.

 
--¿Le parece bien a las ocho PM?


--Es una hora excelente.


Marilyn se levantó de la mesa y concluyó:


--Ahora con su permiso me retiro.  Tengo algunas llamadas que hacer.  Gracias por  todo. Fue un placer.


Con sus manos graciosas tomó una rosa y se la llevó.  Había recuperado su porte y aplomo.  Su andar cadencioso llamaba la atención.  Sus caderas juncales y bien proporcionadas mareaban al verlas. Me quedé observándola durante todo el trayecto con una mirada atónita. ¿Una cita con Marilyn Monroe?... ¡Dios quién me lo podía creer!



Lo que la diva no supuso es que no sería su última noche en el puerto sino una semana de esparcimiento y aventuras.  La vida de Marilyn era una ruleta de la suerte llena de altibajos sentimentales. Pocas veces tenía la oportunidad de relajarse. Anhelaba vivir sin itinerario en contacto directo con la naturaleza.  El hombre supone pero Dios dispone.
Tuve buen cuidado de no contarle a nadie lo sucedido.  ¿Y si todo era un sueño? ¿Y que tal si ni se acordaba de la cita con un desconocido? Estuve nervioso durante toda la noche.  ¿Qué ropa debía llevar puesta? ¿A dónde más la invitaría? ¡Por Dios ni siquiera tenía auto! La diva seguramente no aceptaría viajar en taxi conmigo. Por un momento me arrepentí  de invitar a pasear a "La quebrada" a la mujer más sensual del séptimo arte.


Continuará…






     

 


 

   

    

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