viernes, 20 de diciembre de 2013

EL ROSTRO OCULTO DE MARILYN II

                                               
                                                






Cap. II

Marilyn anhelaba una vida normal sin sufrimientos.

José de Cádiz



A otro día llgué puntual a la cita.  Por un momento pensé en dedicarme a trabajar y olvidarme de la aventura.  Pero algo dentro de mí me obligó a apostarme frente a la suite de Marylin.  Esperé pacientemente en el pasillo, total, nadie se daría cuenta del plantón. No se escuchaba ni un ruido, nada. Temí que la diva se hubiese marchado esa misma noche. Quise bajar a la recepción a preguntar, pero me arrepentí. Después de media hora perdí toda esperanza.

Me retiraba cuando escuché que se abría el picaporte de su cuarto. Esbelta y erguida apareció aquella beldad.  Vestía jeans, votas vaqueras, y un sombrero texano que resaltaban su belleza. El pelo recogido la hacía verse como una muchacha provinciana sin grandes pretensiones. Sonrió al verme y expresó:

--Estoy puesta.  Ud. dice a dónde vamos.

Bajamos rápidamente a la recepción.  Quise detenerla para decirle que no tenía auto pero ni siquiera me preguntó.  Simplemente hizo una llamada y apareció frente al hotel una preciosa limusina. Un chofer uniformado nos abrió la puerta. En mi vida me había subido a un auto de esos pero traté de disimular: Aire acondicionado, música estereofónica, TV, y unos asientos tan mullidos que parecían bombones de azúcar.

Yo estaba francamente nervioso, pero tenía que salir avante. Expresé:

--Aún es temprano para ver a los clavadistas.  ¿Le parece si la llevo a otro sitio a tomar algo?

--No, gracias, prefiero caminar un rato y conocer la ciudad.

Le dio instrucciones a su chofer quien se detuvo.  Luego se alejó un poco y nos dejó solos caminando.

A la altura de Playa Condesa emprendimos una larga caminata por toda la Bahía. Cuando Marilyn veía un antro que le llamaba la atención nos asomábamos a fisgonear como niños traviesos. La actriz tenía un sentido del humor proverbial, bromeaba con todos. Así, le dijo a un barman:

--Disculpe, ¿me puede traer un tequila argentina?

--Perdón, señora, pero creo que no existe esa bebida.

--Bueno, entonces tráigame un wiski, y un machote, pero bien mexicanos, jajaja

Me agradó ver que la actriz ya no tenía rastros de tristeza.  Parecía una mujer completamente diferente y dispuesta a divertirse. Comentó:

--Fíjese que hace tiempo quise dar un paseo así en Río de Janeiro pero el público no me lo permitió. Me abordaron en la calle y me impidieron avanzar. Me quitaron el sombrero y hasta las zapatillas. Desde entonces opto por disfrazarme, como ahora.  ¿Qué le parece mi vestuario?

--Bonito e ingenioso. ¿Tanto la abruman sus fans?

--Demasiado, a veces reniego por ser tan conocida. Me gustaría una vida sin tantos sobresaltos. Pero tengo contrato con una compañía cinematográfica. Hago dietas y ejercicios diariamente.  Créame, casi no tengo tiempo para mí. Algún día me retiraré del cine y no volveré a trabajar.  Entonces me compraré una casita en una playa como esta.

--Supongo que se retirará de los reflectores para siempre.

--No lo sé, sueño con vivir en una granja, y que las aves me despierten diariamente. Quienes vivimos en una metrópoli añoramos la vida del campo.

--¿Y no piensa volver a casarse?

--¡Ay no francamente no!  Todos mis matrimonios han sido un fracaso. He buscado la felicidad en el amor  y no la he encontrado. Un tiempo quise ser madre y dedicarme a mis hijos.  Parece que el destino se empeña en mantenerme sola.

--Lamento que no haya logrado la maternidad.

--Tuve algunos abortos provocados al principio de mi carrera porque el cine me reclamaba.  En el contrato especifican que no podemos embarazarnos. Quise intentarlo nuevamente pero mi matriz estaba muy débil.

--Quizá la han defraudado demasiado sus matrimonios.

--Más bien creo yo he defraudado a mis ex maridos. No es nada fácil convivir con una actriz. Tenemos que besar a otros hombres, asistir a fiestas, y mil cosas más. Casi ni me veía poco con mis parejas y eso debilita cualquier relación.

Por un momento la estrella guardó silencio desviando su mirada hacia el horizonte como buscando una respuesta jamás encontrada. Suspiró como un niño que ha dejado de llorar. Se arregló el pelo que parecía una cascada de luces doradas. Me preguntó abiertamente:

--A propósito, ¿usted es casado?

--No, felizmente soltero.

--Está Ud. en plenitud de la vida

--Será que no creo en el matrimonio.  Pero tengo una relación bonita y sueño con amores imposibles.

--¿Amores imposibles? ¿Cómo cuáles?

--Como usted, por ejemplo -Marylin se sonrojó y no pudo evitar turbarse.  Recuperando el aplomo agregó:

--No me diga que nunca se ha enamorado.

--Claro que que sí y mi relación fue un desastre. Tal vez porque estaba basada en la sexualidad, tengo una vida sentimental muy pobre.

En ese momento pasó una “calandria” (carreta halada por caballos), vistosamente adornada con flores multicolores.  La actriz exclamó entusiasmada:

--¡Preciosa carreta! No pensé que aún existieran ese tipo de transportes. ¿Nos podemos subir a ella, Joe?

--Por supuesto, forman parte del servicio turístico.

Abordamos la “calandria” como dos colegiales inquietos. Yo me sentía en las nubes paseando con una mujer como Marilyn. Ella, reía divertida con todo lo que encontrábamos a nuestro paso. Como los niños vomitando fuego en los semáforos, o los adolescentes borrachos saliendo del antro.


Había en Acapulco un centro nocturno llamado "El zorro", en donde presentaban a los cantantes del momento. Esa noche en la marquesina se anunciaba el show de "Los platers", un grupo muy en boga en ese tiempo. Marilyn quiso entrar a escucharlos pensando que no sería reconocida.  Eligió una mesa lo más alejada del escenario y pidió una botella de tequila. El grupo iniciaba su espectáculo. Durante el intermedio uno de los integrantes se dirigió a su mesa y le preguntó:

--Disculpe, ¿Marilyn Monroe?

Ella contestó:

No, cariño, soy Norma Jean. Pero si te refieres a la chica que ves en la pantalla si soy ella. ¿En qué puedo servirte?

--Me gustaría invitarla a pasar al escenario, quiero dedicarle una canción.

--No, por favor, voy a levantar olas y me arruinaría la noche. Pero puedes dedicármela sin mencionarme. Gracias por tu gentileza, la escucharé con atención.

El cantante sonrió comprendiendo su actitud y se fue a la pista nuevamente. Le dedicó la canción, "Bésame mucho", pero solo se atrevió a decir, "para una señora muy especial". Tal era la fama de Marilyn que hacía enormes esfuerzos por no ser reconocida. Pretendía encarecidamente diferenciar a la actriz de la chica soñadora que era Norma Jean.  Era como tener doble personalidad sin saber cuál era la mejor.  Eran tan diferentes la una de la otra.

--Qué bonita canción, dicen que su autora es mexicana, ¿es verdad? - me preguntó.

--Sí, se llama Consuelo Velazquez, y la han gravado en todos los idiomas.  Qué suerte tiene Ud. de ser reconocida en todas partes.

--¡Qué va! No me puedo ni bañar en la alberca del hotel porque se me quedan viendo como bicho raro.  La fama puede ser muy apetecible, para quien no la conoce, pero una vez lograda resulta un lastre.

Marilyn pidió la cuenta.  Solo se tomó una copa. El mesero se acercó y le dijo:

--La cuenta, está pagada, señora.

Supongo que alguno de sus fans la pagó y fue atendida como una reina. 
En cada antro visitado no permanecíamos más de media hora. Marilyn quería conocer la vida nocturna del puerto anhelando salir de su rutina. Era como si pretendiera olvidar el pasado y desentenderse del porvenir. Como si ya no existiera un mañana y solo contara ese momento.

Después de dos horas Marilyn pidió al conductor de la limusina nos llevara a “La quebrada”.  Había llegado la hora de ver a los clavadistas.  El show internacional que tanto fascina a turistas.

El popular acantilado se encontraba completamente lleno. Turistas curiosos,  vendedores ambulantes, parejas besándose. Nos vimos en la necesidad de pedir una mesa en el restaurante del hotel "El mirador", de lo contrario no veríamos más que siluetas. Afortunadamente, un camarero me conocía y nos asignó un sitio donde pudimos observar el espectáculo a plenitud.

Una orquesta bien acoplada amenizaba el ambiente. De pronto, escuchamos la canción "New york, New york", y Marilyn hondamente emocionada tarareó la letra. Al terminar dijo como si los recuerdos laceraran su alma:

--¿Sabes, Joe? Es la primera vez que salgo a pasear con un fan.  El público supone que los artistas solo deseamos convivir con gente encumbrada. Qué equivocados están.  Muchas veces siento la necesidad de pedirle a alguien: “invítame a salir”.  Pero tengo miedo que abusen de mi posición y me hagan daño.

No me lo dijo tantas veces, y repuse:


--Seguramente en su mundo abundan las relaciones por intereses.

--Acertaste, casi todas son así.  Llega un momento en que no distingues a tus amigos de quienes no lo son.  Hay mucha hipocresía, envidias, y ambiciones desmedidas. Eso me hace sentir vulnerable.


--Pero, aunque no lo crea, existen los amigos verdaderos.


--Sí, lo creo. Solo que no los he encontrado. ¿Te puedo pedir un favor?

--Ud. dirá.

--Llámame, Norma, esta noche quiero ser ella. No quiero ser la estrella de cine. Voy a olvidarme de mi mundo.

--De acuerdo, Norma.
 

Pedimos una botella de champaña y el camarero nos llevó entremeses: papitas doradas, trocitos de tocino, y un queso delicioso.  Me gustó encontrar en Marilyn a una mujer desinhibida, fina, y excelente conversadora. Continuamos charlando un buen rato. Tenía frente a mí a una mujer inteligente, capaz de abordar cualquier tema, por escabroso que fuera. Sensitiva y con un dejo de tristeza en su mirada.

Los acordes de la música invitaban a bailar. Aquello era un sueño que jamás pensé se cumpliera. Conocer a Norma Jean y salir con ella superaba mis expectativas. Me atreví a pedirle a mi acompañante que bailáramos.  Ella contestó, “desde luego”, y nos dirigimos a la pista. Por fin tenía en mis brazos aquella breve cintura de piel tersa.  Una belleza extraordinaria en todos los aspectos.

La orquesta nos transportó a una dimensión desconocida.  Seducido por las melodías y el tacto de sus manos recargué mi mejilla sobre la de ella quien correspondió a la caricia. Continuamos bailando todo el repertorio musical en aquel ambiente mágico: "Lanza tus penas al viento",  "Palillos chinos", "Bésame mucho", “Cajita musical”, me hicieron sentirme en el  Olimpo. Quizá fue el momento más emocionante de mi vida y ya no vuelva a repetirse.

De tanto danzar nos olvidamos de los clavadistas. Estaba a punto de terminar el espectáculo cuando regresamos a la mesa. Le dije con cierta pena:

--Perdón, me olvidé que la traje aquí a ver el show.

--No te preocupes, yo también me dejé arrullar por la música.

--Mire, aún podemos ver a los últimos clavadistas.

Nos acercamos al barandal del escenario e instintivamente Norma me tomó de la mano. El aire jugaba con su pelo y esa mirada azul le daba un porte de princesa. Sonreía como hada juguetona buscando el calor de unas manos que la arrullaran, que la protegieran del mundanal ruido, o quizá de algún lejano presentimiento.

Una pareja de fans la reconoció y se tomaron fotos con ella. Habían quebrado el encanto sin proponérselo. Accedió con gusto y les firmó autógrafos.  Luego llegaron otros expectantes y sonrientes. Descubrieron a una celebridad y aprovecharon la ocasión.  Me concreté a observar aquella escena surrealista.  La actriz comentó discretamente:


--Me gustaría ir a otro sitio.  ¿Hay alguna playa solitaria cerca?





Continuará

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