martes, 21 de enero de 2014

EL DÍA QUE ME ACOSTÉ CON MARILYN VI


EL DÍA QUE ME ACOSTÉ CON MARILYN










Cap. V1

Una diosa que podía tener el mundo a sus pies si se lo proponía.


José de Cádiz



Subimos en silencio al yate y abandonamos la isla “La roqueta”. La nave se adentró en alta mar hasta perderse como un minúsculo puntito. Una mesa bien dispuesta nos aguardaba a bordo. Una cocinera negrita nos trajo toallas para darnos un chapuzón y quitarnos la arena.  Le comenté a Marilyn que no traía más ropa que la que llevaba puesta. Me dijo bromeando que no había problema y que podía bañarme en traje de Adán si se me antojaba. Reí para mis adentros.


Marilyn era una mujer desinhibida.  Yo no tenía confianza para mostrarme ante ella desnudo y tenía que enjuagar mi vestimenta para volvérmela a poner. Sonrió con gentileza.  El calor del trópico resulta muy agradable. Cuando salí del baño me llevé otra sorpresa. La rubia me llevó a un clóset lleno de ropa y calzado fino para caballero. Me dijo:

--Vestimenta del dueño del barco y tengo permiso de tomar lo que yo quiera de aquí. No te preocupes, ponte una ropa adecuada y recuerda que la noche es larga.

Elegí una camisa verde de lino y un pantalón negro de casimir, mocasines color blanco. Quería verme elegante en aquella cena.  Marilyn se puso un vestido rosa con un escote precioso que la hacía ver fenomenal. La vi tan deslumbrante que parecía una mujer feliz. Era claro que sufría altibajos emocionales.

En la mesa había exquisitos manjares y bebidas caras. La diva estaba entusiasmada por pasar una velada llena de encanto. Encendió el modular con música instrumental que parecía amenizada por los mismos ángeles. Pequeñas lamparas adornaban el espacioso comedor. Sirvió dos aperitivos y me invitó a brindar:

--Hagamos de esta noche una fecha memorable. Quiero que sea la mejor de mi estancia en el puerto.  Olvidarme que soy Marilyn y pensar que soy dichosa.  Quiero Bailar, tomarme unas copas, soñar. Sentirme acariciada por un hombre que no vea en mi a la ninfómana. Quiero ilusionarme con un mundo que no es mío.

Yo la escuchaba intrigado y sorprendido. Se encontraba conmigo una Diosa que podía tener el mundo a sus pies si se lo proponía.  Pero ella parecía no percatarse de ello.  Sacudí la cabeza para cerciorarme que no estaba soñando. Me costaba trabajo creer que aquella celebridad fuera tan infeliz. Pero la realidad ahí estaba con un cuerpo escultural y labios entreabiertos.

Cenamos faisán y caviar como dos colegiales intrépidos. Luego me pidió que descorchara una botella. Yo la obedecí como un fiel vasallo a su reina. Quería hacerla sentir dichosa aunque sea por una noche. Prolongar aquella velada tanto como fuera posible. Serví dos copas y expresé:

--Quiero que este paseo sea extraordinario. Quiero verte alegre y despreocupada.  Daría lo que fuera por darte la felicidad que mereces. No sé lo que nos depare el futuro pero eres una fantasía convertida en realidad. Voy a atesorar lo que vivamos en lo más profundo de mí ser.

Chocamos con delicadeza las copas. Luego me pidió le declamara el poema que tanto le había gustado en la playa.  Solicitó otras poesías de mi autoría. Un recital exclusivamente para ella.  Le gustó sobremanera:


MUJER DE ENSUEÑO



Ámame, como solo la eternidad lo sabe hacer.


Mírame, como a un niño en el regazo de su madre.

Acaríciame, como las nubes acarician el vacío.

Muéstrame, la verdad de esta vida terrenal.

Mátame, cuando te canses de mirar el firmamento.

Cántame, la sinfonía de la naturaleza.

Cuéntame, los diálogos secretos entre un duende y una mariposa.

Tócame, las más hermosas melodías con el clarín.

Motivame, a tratar de alcanzar el firmamento.

Regálame, una estrella el día de mi cumpleaños.

Invítame, una copa con nieve de volcanes o llena de iceberg.

Enséñame, que la vida despierta cuando la muerte está dormida.

Permíteme, regalarte mi esencia, estrecharte en mis brazos, y colmar tu inocencia.

Ayúdame, a cruzar el puente entre lo finito e infinito.

Anhelo, conocer tus secretos cuando estás dormida, cuando guardas silencio y cuando me miras.

Concédeme, la dicha de saber  que  la felicidad se encuentra detrás de esa montaña, y que el universo, ¿nos pertenece?

Prometo, amarte indefinidamente, comprender tu silencio y mirarte de frente.


Marilyn escuchó embelasada el poema. Esta vez al final no lloró. Se paró y me besó con delicado frenesí. Yo correspondí la caricia presintiendo que se avecinaba un huracán. Recordé que tenía que ser cauto y quería que las cosas se fueran dando lentamente. No debía pensar ella que solo me interesaba el coito, también su parte interna.

Llené de nuevo las copas. Sugerí subiéramos a la cubierta para contemplar el mar en la semioscuridad. Viajar de noche en un yate resulta una experiencia francamente alucinante.  Hacerlo con una mujer como Marilyn era pactar con la naturaleza. Nos acercamos al barandal a escuchar el murmullo de las olas. Experimenté una sensación casi sobrenatural.

Hay momentos que se quedan grabados el alma para siempre.  Es como tener un pie en el cielo y otro en la tierra.  La vida es extraordinaria y debemos disfrutarla al máximo.  Amarla, glorificarla, por ser el mejor regalo que Dios nos dio.  Solo la valoramos cuando estamos a punto de perderla.

La abracé de la cintura por detrás y estuvimos largo rato sin hablar. Todo el universo parecía comulgar con nosotros en ese momento.  Un firmamento a nuestra entera disposición.  Nunca me sentí tan dichoso e inspirado. Por instantes solo se escuchaba el murmullo del viento, ¿era el canto de las sirenas que los marinos escuchaban temerosos?  





--¿En qué piensas, Marilyn?

--En mi vida y en la tuya.  En lo que nos deparará el porvenir. Me hubiera gustado conocerte antes de ser actriz. Te voy confiar algo que pocos saben.

--Tú dirás.

--Me casé muy joven con un chico apuesto.  Estaba enamoradísima o al menos así lo creí.  Lo hice para escapar de los orfelinatos a los que nunca me adapté. No hubo un noviazgo formal como cualquier otra pareja y naturalmente mi matrimonio fracasó.  Mi marido se enlistó en La marina para irse a la II guerra mundial. Me dejó
 trabajando en una fábrica de paracaídas donde fui descubierta por el fotógrafo de una revista. En mi adolescencia soñaba con tener un novio que me llevara al cine y comprara palomitas.  Que saliéramos a caminar y contemplar el atardecer. He conocido infinidad de hombres pero jamás nadie me ha invitado a un parque. ¿Por qué, Joe?  ¿Por qué no ven en mí a la mujer sensible? La vida me ha negado cosas tan bellas.

--Será que no podemos tenerlo todo. Pero no te preocupes, yo te llevaré al cine y te compraré palomitas, luego lloraremos juntos con alguna película. ¿Acepta mi invitación, bella princesa?

Sonrió divertida y agregó:

--Quiero que después del cine me lleves a tu casa.  Conocer tu hogar y cocinarte una comida sabrosa. Leer un libro, escuchar música, asomarme a tu mundo aunque no me pertenece. Sentirme una ama de casa por breves momentos.

--Es que yo ni siquiera tengo casa. Vivo en un modesto edificio de departamentos.  Por favor, no me pidas eso.

--¡Qué tonta soy!  Dijiste que tenías novia y puedo causarte inconvenientes. Perdóname, has sido tan amable conmigo.

--No, no es eso, de veras. No quiero que te lleves una mala impresión de mi hogar. Acostumbrada a los lujos y comodidades.  Con Fabiola nos llevamos bien y no guardamos secretos.  Si es tu deseo te llevaré.

Musitó:

--Eres tan comprensivo conmigo.  Vente, vamos a bailar, quiero divertirme hasta el amanecer.  ¡Alcánzame si puedes, Jajaja!

Marilyn se quitó los zapatos y corrió como niña traviesa por toda la cubierta. Yo la seguí como un lobo a su presa.  Me sentía infantil jugando de esa manera pero me agradaba mucho.  Era verdad que todos llevamos un niño dentro y aquello lo confirmaba.  No obstante, una inquietud me atosigaba, el temor que todo terminara abruptamente. 

La alcancé y de premio medio otro beso que prometía el paraíso. Bajamos al bar y puso una música tropical sabrosa: “La bamba”, que nos motivó a bailar en el acto. La bebida estaba surtiendo efecto.  Swing, Cha cha chá, y hasta mambos. Seguimos tomando con moderación pero sin tregua.  Luego cambió esos ritmos por algo más romántico: Los Beatles, Gleen Miller, Frank Sinatra, nos arrullaron con sus creaciones.

Los dos deseábamos prolongar ese momento. Ninguno quería sustraerse a la magia de la noche.   No queríamos despertar de una quimera y encontrarnos con otra realidad. La felicidad es fugaz como el viento.  Vi tan alegre a Norma que pensé que ya no tendría sufrimientos.  Qué equivocado estaba con mi apreciación.

Tan abstraído estaba con el baile que no me percaté que se había quedado dormida en mis brazos.  Como si inconscientemente quisiera transportarse a un lugar inexistente. Agotada por el ritmo y los movimientos sensuales de su cuerpo. Me detuve un momento mientras el disco seguía girando como la vida misma.

¿Pretendía evadir sus circunstancias tan quebrantadas como un vendaval? Tan dolorosas como un viacrucis.  Marilyn era prisionera de la fama y su belleza la estigmatizaba como una maldición. De otra manera no habría tenido infortunios que le habían robado el sosiego.  Que la habían condenado a la amargura y frustración.  ¿Qué podía hacer Norma para superar su situación?

La música sin ella había perdido todo su encanto. Sin su risa ni resplandor el salón estaba vacío.  No esperaba aquel desenlace y tomé en mis brazos a una alondra viajera.  Una estrella errante que el azar había traído a mi vida trayendo regocijo y sorpresas.

La cargué delicadamente y busqué un camarote. Lo encontré y deposité su cuerpo en la cama. Esa hermosura se encontraba a escasos centímetros de mí. Contemplé sus senos tan perfectos.  La apreté ligeramente y aspiré su aliento. Su perfume era realmente enloquecedor. Un estremecimiento me recorrió de pie a cabeza.  A punto estuve de soltar a la bestia interior que todos llevamos dentro.  Sacudí la cabeza y reaccioné.

La besé con gran dulzura y sonreí. Sabía lo que aquella ninfa necesitaba y entendía su sufrimiento. De ninguna manera profanaría su sueño. Le quité sus zapatillas para que durmiera a gusto. Acomodé su cuerpo de tal manera que no sintiera la mínima molestia. Me acurruqué a su lado e hice un esfuerzo por evitar cualquier tentación.

Con el aire frío de la noche no pude evitar el impulso de abrazarla. Al contacto de aquella piel de terciopelo mi pene se enderezó furioso. Apagué la luz y todo quedó en penumbras. Solo se escuchaba el golpeteo de las olas contra el acero del barco.


Continuará





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