"El amor es de todas las pasiones la más fuerte, ya que ataca al mismo tiempo la cabeza, el corazón y los sentidos". Lao Tze
José de Cádiz
¿Un amor no correspondido nos puede arrastrar a la muerte? ¿Este virus ataca con más fuerza a unos que a otros? Parece que la respuesta es un rotundo: Sí. Aunque es un contrasentido, porque este sentimiento vibra con la vida y no con la muerte. Es un latir del corazón, una alegría inmensa ver al ser amado. La mente, el corazón y los sentidos en una sola dirección. Emociones que un difunto ya no podrá expresar.
Manuel Acuña, es un poeta mexicano que pasó a la historia por una poesía, ¡tan llena de pasión y colorido! Electrizante, categórica y estremecedora. Lamentablemente, la última. Originario de Saltillo, Coahuila. Una promesa de las letras; dramaturgo y poeta de los que dejan huella; estudiante de medicina de sólo 24 años.
Rosario de la Peña, se llamaba la mujer que le robó el corazón. La causante de todos sus desvelos. Era su gran amiga pero jamás se atrevió a confesarle su amor. Grave error de Manuelito. Resulta que ella amaba a otro hombre y eso le impidió revelarle su secreto. ¿Si se le hubiera declarado su vida hubiera tomado otro giro?
De haber vivido Manuel Acuña, y poner su poema en manos de "Chayito", mínimo hubiera logrado una noche de amor. Su declaración póstuma es demasiado trepidante y fatalista para dejar indiferente a cualquier mujer. Sin embargo, la noche del 5 de diciembre de 1873 el poeta escribió:
Nocturno a Rosario
I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?
VI
Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos
la puerta del hogar...
VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!
VIII
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.
IX
¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!
X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!
Esa noche, terminado el poema, Manuel Acuña ingirió cápsulas de cianuro que le provocaron una muerte inmediata. ¿Un instante de cobardía o una decisión de gran valor?
Juzgue Ud. lector.
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