sábado, 24 de marzo de 2018

El rostro oculto de Marilyn 3



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Cap. III

Norma Jean se desnuda el alma.

José de Cádiz


Contemplamos el espectáculo de clavadistas un buen rato. En silencio, como si las palabras salieran sobrando y sólo  se comunicaran nuestras almas.  Sumergidos en una quimera y explorando la riqueza del mundo interior. No supimos cuánto tiempo transcurrió pero nos percatamos que el público desalojaba los acantilados hasta quedar espacios vacíos.

Regresamos a la mesa y nos tomamos la última copa. Los turistas comían y bebían cada vez más animados. La música acariciaba los oídos como queriendo retenernos las notas musicales para siempre. La actriz preguntó:

─¿Hay alguna playa cerca? Quiero contarte algo, pero donde solo haya cielo y mar.

─Por supuesto, es una playa preciosa. A esta hora está casi desierta.

Pagué la cuenta y salimos del bar. Me sorprendió ver al chofer con la limusina a las puertas mismas de la hospedería. Comprendí que vigilaban a Marilyn a distancia.  No era para menos siendo una luminaria tan importante y asediada. Me percaté que sus deseos eran órdenes y paseaba bajo estrictas medidas de seguridad.

Enfilamos rumbo a una bahía llamada: “Pie de la cuesta”, en mar abierto y donde sólo los más osados se atreven a nadar, peligroso para quien no sabe hacerlo.  Un lugar inolvidable por sus puestas de sol.  Se puede caminar o simplemente contemplar el atardecer. Nunca hay demasiada gente y en la noche queda en silencio.

Llegamos y el chofer nos dejó solos nuevamente. La brisa del mar nos saludó bajo un cielo tachonado de estrellas.  El aire fresco extasió nuestros cuerpos juveniles y la luna brillaba intensamente.  Mar y cielo parecían conjuntarse en aquel horizonte majestuoso. La diva exclamó:


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─¡Oh, qué belleza! ¡Cuánta quietud y placidez! ¡Vente, vamos a nadar, Joe!

Le advertí:

─Es mar abierto, peligroso para quien no sabe nadar.  Los tiburones deben estar hambrientos.

─Por favor, Joe, fui campeona de natación en un colegio.

Con decisión la estrella se descalzó hasta quedar en un minúsculo bikini. La silueta perfecta que hubiera envidiado la mismísima Venus de Milo. Se lanzó al agua y los reflejos de su piel satinada brillaban nítidamente. Sonrisa y labios entreabiertos parecían una clara invitación a besarlos. Si alguna vez conocí la belleza perenne, fue a su lado; si contemplé de cerca a una diosa, fue con ella. Insistió:

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─ ¡Anda vente a nadar! Así nos comerán los tiburones a los dos, Jajaja

Me quité cautelosamente la ropa quedando únicamente en bóxer. Temí que mis instintos se sublevaran ante la diosa. Que descubriera los estremecimientos que me provocaba su presencia. Claro que ella estaba consciente de lo que sucedía en su derredor. Conocía las debilidades de los hombres  porque era una mujer de mundo. Una chica que a sus 36 años había vivido lo suficiente para espantarse de un admirador pudoroso. Salté al agua deseando que el mar calmara mis instintos.

Nadamos largo rato sobre las olas. Hacía mucho que no me zambullía en el mar. En efecto, la actriz parecía una sirena y nadaba como experta. Destellos fosforescentes alumbraban nuestras extremidades vigorosas. Casi agotados salimos y nos tendimos boca arriba en la playa.
 

Miles de luceros nos miraban con envidia. El murmullo de las olas era un bálsamo relajante que invitaba a la reflexión. No existe nada más parecido al edén que contemplar las estrellas al lado de una mujer hermosa. Teniendo como fondo aquella quietud cósmica. Le pregunté hondamente emocionado:

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─¿Te gusta la poesía, Norma?

─¡Ay sí me fascina! Neruda, Witman, y Sor Juana me subyugan —me sorprendió saber que era una mujer ilustrada, nunca lo hubiera imaginado.

─Te voy a declamar un poema que hice especialmente para ti. Pero, antes, dime, ¿qué me querías contar?

La rubia se sentó en la arena y se puso meditativa. Parecía cambiar de ánimo con relativa facilidad.  Después de pensarlo un poco habló con sinceridad:

─Estos momentos son un bálsamo que me alejan de toda tristeza. Una tregua en mi vida tan ajetreada.  Te voy a confiar algo que no he contado a nadie, ni siquiera a mis compañeros más íntimos. No sé quién seas pero el corazón me dice que eres un muchacho bueno.  Un fiel admirador que solo quiere acostarse conmigo. Vine a Acapulco tratando de mitigar mis penas y si por mí fuera ya no regresaba a Hollywood. Desgraciadamente, la vida ya no me pertenece.

─ ¿Tan grave es el problema?

─Demasiado. Estoy involucrada sentimentalmente con dos hombres poderosos.


Al momento recordé que había leído algo en revistas y periódicos del espectáculo. Le pregunté expectante:

─ ¿Te refieres a tu romance con John F. Kennedy?

─Acertaste, pero eso fue en el pasado.  Actualmente,  soy la amante de su hermano Robert, el fiscal general de EE.UU.  Siempre tuve esperanzas de formar un hogar para siempre y los dos me engañaron con promesas que nunca cumplieron.  Me siento humillada en lo más hondo de mí ser.

─Por favor, serénate, y cuéntame.

─Conocí a JFK en una fiesta. Me lo presentó su cuñado, Peter Lawford.  El mandatario fue muy amable conmigo y me invitó a bailar, creí morir de emoción, ¡bailando con el presidente! A partir de aquella noche me llamaba diariamente por teléfono.  Llenaba mi casa de flores, y debo decirte que los detalles me enternecen.

─Bueno, ¿y qué sucedió después?

─Me convertí en su amante.  Solo para que más tarde me abandonara y entonces sentí morir de tristeza.  Yo estaba enamoradísima de John. Dejé el cine y me volví desaliñada.  Había dejado un gran vacío en mi vida.

─Pero, no entiendo, ¿cómo fuiste a dar en brazos de su hermano Robert?

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─Cuando John se alejó de mí empezó a asediarme Bob, con regalos y toda clase de atenciones. Conocía mi relación con su hermano y se aprovechó de mi soledad.  Me visitaba frecuentemente y decidí corresponderle para estar cerca de John pero no fue así.

─ ¿Te involucraste sentimentalmente con los dos hermanos?

─Me da pena decirlo pero así fue. Soy inestable emocionalmente y me aterra estar sola mucho tiempo.  Quiero amar y al mismo tiempo dejo todo por mi carrera.  Creo en el matrimonio pero me acuesto con otros.  Siempre en busca del verdadero amor.

--Leí que tienes relaciones extra maritales...

--No voy a negarlo, el cine me volvió promiscua.  A Norma Jean la ha devorado el mito Marilyn Monroe.  Te juro que no sé quién soy realmente.  Quiero encontrar la felicidad y no puedo.

─Una felicidad que no vas a encontrar de esa manera.

─Me siento culpable en el fondo.  Siempre fui una niña marginada e insegura. Tuve experiencias traumáticas que me marcaron para siempre.


─Bueno, ¿y cómo fue tu relación con Bob?

─Me contó todas esas patrañas que inventan los hombres para seducirnos.  Él fue más lejos y me prometió matrimonio. Me compro una casa en Miami y un yate precioso.  Me dijo que se divorciaría de su esposa. Los Kennedy piensan que son intocables y que pueden jugar con los sentimientos de una mujer impunemente.  Les voy a demostrar que no es así y que son tan vulnerables como cualquier otra persona.

--¡¿?!

Yo la escuchaba estupefacto sin acertar a comprender del todo sus revelaciones.  La estrella hablaba con determinación y resentimiento.  En sus ojos había rencor en otra faceta desconocida de su personalidad.  Atrás había quedado la mujer sufrida que yo conocí en el hotel.  Se había operado en ella una metamorfosis instantánea. 
Agregó:

─Después de divertirse conmigo el muy cretino también me abandonó.  Ahora ninguno de los 2 quiere saber más de mí.  Me siento como un pedazo de carne devorado por dos leones.

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─ ¿Cómo creíste que Bob se casaría contigo teniendo tantos hijos? Además es el fiscal general de USA.

─Fue un error de mi parte, lo reconozco. Me aferré a esa ilusión y pagué caro las consecuencias. Desgraciadamente, a los Kennedy nunca les importaron mis sentimientos. 

─¿Y qué piensas hacer ahora?

─Tomar venganza. Los odio encarecidamente.  Tengo un arma poderosa en mis manos que voy a utilizar muy pronto.

--¡¡!!

Acoté, tratando de hacerla reflexionar:

─Norma, odiar nos hace muy infelices. Te harás daño tú misma.  ¿Por qué no tratas de olvidar todo simplemente?

─Porque no puedo, Joe. He sufrido demasiado y eso me ha convertido en una mujer valerosa. Todos los hombres me tratan como filete suculento que hay que engullir. Todos ven en mí a una hembra en celo, a la puta que los satisfaga. Y lo he sido sin duda. Ahora los Kennedy interceptan mis llamadas y me siguen a todas partes. ¿Comprendes por qué prefiero pasear con un admirador anónimo?

─Sí, claro, no soy un peligro para nadie.

Ultimó:

—Veo con indignación cómo todos se rinden ante el presidente.  Hombres y mujeres obedecen ciegamente al poder.  Es como un opio que a todos cautiva. Yo no lo haré más, ¡lo juro!, no lo haré más.  Ya no seré una marioneta en sus manos. 

La diva comenzó a llorar sumamente consternada. En su mirada vi la llama del sufrimiento y una gran decepción. La abracé con gran ternura tratando de trasmitirle toda mi fortaleza.  Se acurrucó en mis brazos como una palomita herida buscando protección.  Me percaté que tras esa sonrisa ingenua se ocultaba un corazón destrozado. Marilyn sollozaba incontenible y no pude evitar sentir en carne propia su dolor. 

Dejé que se desahogara y después de un rato proseguí:

─ ¿Por eso estabas tan triste en el hotel cuando te conocí?

─Sí, era por eso, comprende que allá no podía confiar en ti.  Me siento tan desolada y en medio de un torbellino.

—¿En verdad te enamoraste de John Kennedy?

─Perdidamente, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él; retirarme del cine inclusive. Robert no significó nada y fue un pasatiempo nada más; es quien más daño me ha hecho. Pero las mujeres tenemos armas que los hombres jamás sospechan. Puedo terminar con sus carreras políticas si me lo propongo.

La miré desconcertado y añadí:

─Lamentablemente, los dos eran casados. Creo que pecaste de ingenua al creer en sus promesas.

—Me decían cosas bonitas al principio de nuestra relación; que me amaban y yo era todo para ellos.  Me obsequiaban autos, flores, joyas.  Sin embargo, la última vez que hablé con John me dijo que su esposa le puso un ultimátum: “¡O abandonas a esa golfa farandulera o me das el divorcio!”. Expresó muy afligido que un escándalo no le convenía en esos momento y que era mejor dejar de vernos un buen tiempo. Así de fácil se deshacen de cualquier romance.

—En cierta forma tienen razón. Es su estatus y deben cuidar su reputación. ¿Por qué enamorarte de un hombre casado?

─Porque en el corazón no se manda, Joe. Cuando te enamores lo sabrás.  Los Kennedy son mujeriegos incorregibles, una afición que heredaron de su padre. Fue un privilegio ser cortejada por un presidente y luego por un ministro de justicia. Me sedujo la idea de pasar de estrella de cine a primera dama de USA.

─Llegaste demasiado lejos en tus pretensiones sentimentales.

─Voy a ser sincera contigo. Me gustaría dejar una huella de mi paso por el mundo. No quiero ser olvidada como olvidaron a Greta Garbo, o a Marlene Dietrich.  ¿Quién las recuerda ahora? Nadie absolutamente.  Primero las candilejas, luego el glamour, la gloria, y posteriormente el olvido. ¿Puedes comprenderme?

─Claro que sí –-y le di un beso en la mejilla como un niño que llora para consolarlo; como una flor que brota al amanecer.

A lo lejos escuchamos el canto de los gallos. Ya estaba amaneciendo. 

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Caminamos brevemente por la playa. Dos seres diametralmente opuestos comulgaban entre sí. Una actriz célebre conviviendo con un fan desconocido. Aquel escenario cósmico nos pertenecía, pero la realidad se impone y alerta.

Sólo el océano fue testigo de aquella insólita confesión.  Nos zambullimos al agua para quitarnos la arena deseando que el mar se tragara todas las penas. Que la aurora trajera nuevas esperanzas de vida. La animé  lleno de fe: 

─Pronto amanecerá. Pero puedes conversar un momento con las estrellas, pídeles lo que quieras y ellas sabrán escucharte; llevar tu mensaje al creador.  En cuanto aparezcan los primeros rayos te leeré mi poema.

─Es la primera vez que me escriben una poesía.

─Espero te guste, está hecha especialmente para ti.

Norma se recostó en mi regazo como una niña traviesa. Ninguno pensó en el sexo como aliciente en ese momento.  No deseábamos otra cosa que brindarnos mutua compañía. Hay sentimientos que están más allá de las fronteras de la carne. Sabía lo que esa chica necesitaba y entendía su sufrimiento. La vi suspirar entrecerrando sus ojos.  Yo traté de grabarme en el alma sus facciones para siempre. 

--¿Sabes, poeta? Me gustaría quedarme a vivir aquí para siempre.

--Pues en tus manos está la decisión...


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