viernes, 23 de enero de 2015

ENCUENTRO LITERARIO 1









Cádiz Molina

Acapulco Gro., Sábado 14 de abril, 2012

Aeropuerto internacional, Juan Álvarez, 9 AM.



“¡Pasajeros con destino a la ciudad de México favor de abordar el Boeing 712!”, “¡Pasajeros con destino a la Cd. De México!".   Me apoltroné en el asiento dispuesto a dormir un rato, pero la sobrecargo me  pidió abrochar el cinturón.  Como si aún cuando la nave se desplomara nos fuéramos a salvar todos.





Estaba inquieto, siempre he preferido el bus, pero necesitaba llegar temprano a la capital.  Anoche pensaba en ese encuentro de cuenteros, conocería a nuevos compañeros y, ¿cuántos más irían de los que ya conocía? A muchos los he conocido en páginas literarias colectivas. Con algunos  he mantenido  alguna correspondencia.




A Juan, lo conocí en uno de los encuentros organizados en el DF.  Entró y se sentó a mi lado, y sin mediar palabra me mostró en su móvil un texto: “Mi primer orgasmo”, de un servidor.  –Ajá, le dije, ¿pero no pensarás que voy a leer eso aquí, verdad?  -No lo vas a leer, lo  vas   a   a-c-t-u-a-r, me dijo con sentido del humor.  Me reí con ganas e iniciamos una conversación como si nos conociéramos de mucho tiempo.

Esta vez organizaba en su casa la reunión. Era la tercera vez que asistía a una reunión de poetas.  Del aeropuerto me dirigí al centro histórico a buscar hotel.  El mismo tráfico, las mismas calles, como un hormiguero alborotado.  “¡Pásele joven, aquí están sus tortas bien calientes!”  “¡Llévese su playera bien barata!”, “¿Quiere un taxi?,  ¡Yo lo llevo!”.

Por fin respiré tranquilo en mi cuarto.  Me acosté un rato y percibí una atmósfera relajante.   Recordé que tenía que transcribir un cuento en la computadora para leer allá. También necesitaba caminar un poco.  Las calles de Madero y 5 de Mayo siempre pletóricas y estridentes.




Ahí desfilan a los personajes más pintorescos: un payaso, un burócrata presumido, una monjita pidiendo limosna,  el niño "ciego", un organillero con la nostalgia de un cilindro a cuestas.   Tenía hambre y elegí un restaurante en lo alto.  Agentes de tránsito, tiendas relucientes, parejas cariñosas, y autos, muchos autos.  Pedí la carta, y una agente de tránsito se levantaba, "provecho", saludó.

Después me dirigí al zócalo apresuradamente. Siempre me gusta visitar la catedral y siento una gran tranquilidad en el interior.  Será porque nos ponemos en contacto con Dios.  ¿Porque bajo ella está enterrado el templo mayor de los aztecas?  Nuestros orígenes, nuestra historia, y lo que Hernán Cortéz hábilmente se encargó de sepultar.

Vi con tristeza que ya no hay vendedores ambulantes fuera de la catedral.   Los extrañé, bolsas de lana, dijes, sombreros. También a cientos de desempleados ofreciendo sus servicios de  carpinteros, albañiles, fontaneros, etc. ¿A dónde los habrán mandado?





Me detengo frente a una serpiente emplumada de las otrora florecientes pirámides.  Escuché una conversación entre dos jóvenes: “Si nos empeñamos en ser aztecas nuevamente vamos a terminar haciendo sacrificios y bailando tamborazos”, dijo el más joven.  “Ni somos aztecas puros ni mucho menos españoles criollos, somos una cosa híbrida de dos culturas en pugna.  Vasconcelos nos  llamó: La raza cósmica” –repuso el otro. 

Me encaminé a la preparatoria de San Ildefonso, ahí donde se conocieron Frida Kahlo y Diego Rivera.  Observo los salones y amplios pasillos.  Pensar que aquí estudiaron los más grandes pensadores mexicanos: Alfonso Reyes, Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Federico Gamboa,  Octavio Paz,  y una lista interminable de creadores.




Me acerco a un grupo que guía un profesor. Les explica: “En 1954,  todos los estudiantes se trasladaron a Cd. Universitaria,  por órdenes del presidente Miguel Alemán Valdéz, privando al centro histórico de su principal fuerza, los jóvenes.  Todas las facultades y preparatorias estaban aquí.  Esto quedó desolado, se fueron, restaurantes y librerías.  Fue una maniobra muy hábil  del gobierno alejar a los estudiantes del corazón de México”.




Visito iglesias y palacios muy antiguos que huelen a historia, que saben a leyenda. ¡Qué cosas nos dirían si pudieran hablar!  Frente a la plaza de Santo Domingo me meto a La casa chata, ahí  donde compareció La güera  Rodríguez, acusada por la Santa Inquisición de apoyar a los independentistas. Ella organizaba tertulias con poetas e intelectuales en su casa. Fue amante de grandes próceres o viajeros: Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, Alejandro Vont Humbolt, Simón Bolívar, etc.

Cierro los ojos y por un instante me sumerjo en el tiempo. Veo entrar a la güera Rodríguez con un varón bien plantado.  Es ella, la  güera, altiva, hermosa, desafiante. A su lado camina un mozo gallardo y serio: Simón Bolívar, quien solía visitar a la güera durante sus visitas a México. ¡Qué pareja tan explosiva formaron! Van tomados de la mano como dos enamorados.





Estoy cansado y me duelen los pies. Me siento en la plaza de Santo Domingo.  Es hora de regresar al hotel para ir a la tertulia de escritores.   Me compro unos tenis tan entusiasmado como niño.   Saco fotocopias del cuento que voy a leer.  Todo listo para el encuentro.

Desde mi cuarto observo la avenida 5 de mayo.  Me desnudo, practico ejercicios, escucho música instrumental.  Respiro profundo, y me meto a la regadera, ¡que rica está el agua!  Me miro en el espejo, aún es temprano, me recuesto un rato y me quedo dormido.

¡En la torre! Son las 6 de la tarde y apenas tengo tiempo de salir corriendo.  Me llevo la dirección y mi cámara.  Camino hasta El metro Garibaldi, pregunto cómo puedo llegar a Iztacalco.  “Es directo joven”, me dice una amable señora.

EL ENCUENTRO:


Por una rendija asoma la cara de niña traviesa de Tania.  Abre rápidamente el portón. La saludo con un beso.  En sus ojitos brilla la chispa de la juventud.  Me encamino a saludar a Rodrigo, a Josué,  a Rocío, Florentino; también a Moctezuma, y el que dijo llamarse Pedro.  Estaban también Javier, y su esposa.  Todos poetas en agraz.


Juan Carlos, saluda a todos amablemente y presenta a su esposa.   La señora tiene unos ojos preciosos que destilan simpatía.  “También escribe”, comenta Juan Carlos.  Todos los invitados tienen una cerveza en la mano.  Me ofrecen una pero me siento observado.

La tarde es preciosa, invita al relax, al intercambio.  Afuera asoman las copas de los árboles y antenas de Tv satelital.  Las casas son pequeñas y las calles tranquilas,  hay un ambiente casi provinciano.  “Ha estado  lloviendo mucho”, comenta un invitado. Esa tarde, Tlaloc, el dios de la lluvia,  respetó nuestra reunión.

Pasado un rato, Josué trata de persuadirnos: “¿Por qué no empezamos a leer nuestros cuentos?”.  Sacamos nuestros textos y empezamos leer cada uno. Todos traemos pero la mayoría no traen copias.  Rocío, los olvidó en el bus, Josué, tampoco los trajo.  Javier, decide leer su cuento desde una computadora.  ¡Deliciosas historias de todos sabores!  


"LA TERTULIA"


Continuará

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