sábado, 12 de julio de 2014

LOS HUEVITOS MÁS BELLOS DEL MUNDO



José de Cádiz



Mi madre siempre quiso tener un hijo. Ya tenía tres niñas y no lo lograba, se desesperaba. Le pidió a San Judas le hiciera el milagro, se lo concedió. Cuando nací no cabía de la emoción. Llamó a todas sus vecinas, y les dijo: “¡Miren, mi niño tiene los huevitos más bellos del mundo!” – ¡Ay comadre, usted qué no dirá! –Dijo la incrédula de doña Violeta- . Su chilpayate tiene los huevos rojos porque están hinchados. Seguro le salió enfermo del riñón.



Mi madre casi la mata, y la corrió de la casa. Con sus mimos y cuidados me acostumbró a ser el centro de atención. Cada que llegaban visitas a mi casa les mostraba orgullosa mis huevitos. Me ponía talco, loción, y hasta les hizo una fundita. Por las mañanas me daba masajitos. Mis pelotitas crecieron a placer.



Mi padre se encelaba y decía que exageraba sus atenciones hacia mí. Ella se mostraba reticente, y nunca disminuyó sus atenciones y cariños. Siempre juró que mis huevitos tenían algo especial. Tal vez mis lectores, al conocerme, compartan esa devoción de mi madre hacia mis reales.





Cuando me llegó la edad del kínder, mi madre le dijo a mi maestra Rodomira: “Señorita, le encargo mucho a mi retoño. No me le vaya a gritar porque es muy sensible y cariñoso. Ni me lo siente en el suelo porque se enferma. Pero sobre todo, le encargo mucho sus partecitas. ¡Mire, mi niño tiene los huevitos más hermosos del planeta! ¿No le parece?” –Afirmó orgullosa mientras bajaba mis pantaloncitos. – ¡Ay señora, qué cosas dice usted! – Contestó la maestra sonrojada.

Muy pronto todo el puerto de Acapulco se enteró que en mi casa había un niño prodigio. No faltaron las vecinas chismosas que se encargaron de propagar la noticia. “Efectivamente, eran preciosos” En cuestión de días empezó a llegar una cantidad impresionante de gente a mi hogar. Lo mismo llegaban clérigos que turistas, estudiantes, amas de casa y hasta mujeres de la vida galante. Todos tenían curiosidad por conocerme. Me acariciaban, me palpaban, y hasta se tomaban fotos conmigo.

Hubo quien juró que mis huevitos hacían milagros. Trabajoso que alguien lo afirmara, porque a partir de ahí, mi entorno se alteró completamente. No faltaron fanáticos que me empezaron a llevar veladoras. Muy pronto se me empezó a conocer como “el niño de los huevos de oro”. Increíble, pero cierto, afirmaban mis devotos que había sanado a epilépticos, diabeticos, impotentes y hasta locos. Y todo lo que hacían mis fieles, era tocarme, e inmediatamente se operaba aquel prodigio.

En tiendas y yerberías se comercializaban veladoras con la imagen y leyenda: "El niño de los huevos de oro".  Todo mundo hacía negocios vendiendo amuletos, dijes, y ropita de bebé que afirmaban era mía.  También vendían citas previas para una curación espontánea.  Empezaron a llegar cientos de cartas de todos los rincones de la república mexicana solicitando una curación inmediata.  Peregrinaciones en masa de seguidores y devotos.  Pronto me convertí en una leyenda.  

Los medios de comunicación asediaban mi casa.  La Tv, la radio, y los periódicos no dejaban en paz a mis padres.  Mi padre, que siempre ha sido metálico, decidió cobrar cincuenta mil pesos por cada entrevista.  Mi madre, más mesurada, afirmó que tenía que poner ese gran don al servicio del prójimo.  Ni siquiera hubo necesidad de poner anuncios porque todas las mañanas había largas filas frente a mi hogar.  “Crea fama y échate a dormir”.



Mi madre trabajaba en ese tiempo, en el Ayuntamiento de Acapulco, era asistente del Presidente municipal.  Se llevaba muy bien con él.  Un día el Edil se atrevió a preguntarle:

-Oiga, doña Alta Gracia.  ¿Es cierto que Ud. Tiene un niño que hace milagros?

-¡Por supuesto! -Afirmó mi madre sin ambages.  Es un don que trajo mi niño al nacer y ha curado a cientos de personas.  También cura la impotencia y el mal de amores.

-¡No me diga doña Alta Gracia! Me gustaría conocer a su retoño.

-Cuando guste lo invito a mi casa.  ¿Acaso tiene Ud. Algún problema?

-Cajm, cajm, verá Ud., me da harta pena confesarlo.  La verdad es que sí tengo un problema.  ¿Puedo contar con su discreción?

-Desde luego, eso no lo dude.  ¿De qué se trata?

-Mire, mi esposa está enferma de celos, y me hace cada escándalo.  Ciertamente, yo he tenido algunas aventuras por ahí.  Hace poco se enteró de mi relación con Paty, mi secretaria, y me amenazó con pedirme el divorcio y denunciar a la prensa mis infidelidades.  Eso sería el fin de mi carrera política.

-Pero si eso lo sabe todo el mundo, señor presidente.  Paty, es demasiado pizpireta, y le saca el jugo a su belleza.  ¿Qué es lo que quiere Ud. realmente?

-Que su niño me ayude a fortalecer mi relación con ella.  Que le cure a mi esposa los celos.  La quiero calladita y sumisa.  Le pagaría lo que fuera.

-Uuuy, señor presidente, está complicado el problema.  Por el dinero no se preocupe no le cobraríamos nada.  Si gusta podemos ir esta misma tarde a mi casa.  Veremos qué se puede hacer.

A las cinco en punto se trasladaron a mi hogar.  El edil se moría de ganas por conocerme.  Al llegar pidió a mi madre le mostrara mis prodigios. Si algo le encantaba a mi madre era exhibirlos.  Yo me encontraba dormidito y le mostró lo que quería.  El funcionario exclamó:

-¡A caray, de veras que son preciosos! ¿Y desde cuando hace milagros su pequeño?

-Desde que nació.  Pero mi marido insiste en hacerse rico con ellos.  Yo le digo que eso puede afectar el don de curación del bebé. Hay algo que debo advertirle: El milagro no se opera cuando le piden algo indebido.

-¡Por Favor Doña Alta gracia! Déjeme solicitar lo que pido.  Por su madrecita santa.

-Claro, puede Ud., hacer lo que guste.  Total, pedir no empobrece.

El funcionario se santiguó, solicitó el milagro, y prendió tres veladoras.  Rezó e hizo todo lo que pudo.  Más tarde se despidió fervorosamente confiando plenamente en mis maravillas.

Lo que el funcionario ignoraba, era que tres días antes, su esposa había ido a pedirme un milagro semejante.  Justamente lo contrario de lo que él pedía: Que se le quitara lo coscolino y dejara de serle infiel.  Solo mi padre lo sabía puesto que mi madre trabajaba.

Paty, era una chica extraordinariamente guapa, sensual e inteligente. El presidente le proporcionaba todo, autos, joyas, paseos en yate.  Pero Paty tenía otro amante tan joven y guapo como ella.  Era demasiado ambiciosa y sabía lo que quería.  Todos en Acapulco estaban enterados, menos el presidente.

A otro día, el funcionario llegó a sus oficinas muy entusiasta y cariñoso.  Al ver que no llegaba Paty preguntó por ella.  Otra secretaria de confianza le entregó un recado.  Lo leyó ávidamente:

“Papi, lamento decírtelo, pero me voy a Europa.  Tu esposa me armó un escándalo y ya no quiero problemas.  Fui muy feliz contigo y vendí todo lo que me diste.  Debo confesarte que estoy enamorada y me caso en diciembre en París.  Te recordaré siempre.


Tu Osito de peluche, Paty.”

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