Cap. VIII.
Un trauma nos puede marcar la vida
José de Cádiz
Llegué al hotel y subí a la recepción a preguntar. Mi vista se desvió hacia el sofá de aquel lobby en donde había conocido a la actriz. Recordé sus reflexivas palabras: “Quisiera encontrar verdaderos amigos pero es prácticamente imposible. Me entregaron un recado. Lo leí con avidez: “Joe, he decido quedarme, espérame en el restaurante. Podemos desayunar y platicar. Besos, Marilyn”.
El alma me volvió al cuerpo. Es increíble cómo podemos pasar de la tristeza a la felicidad en un santiamén. Como si la dicha dependiera del tiempo y no del azar. No recuerdo haber recibido noticia más agradable.
Caminé de prisa al restaurante. Me sentía como jugador de futbol ganando una medalla olímpica. Eran las ocho de la mañana y apenas había unos cuantos comensales. Me metí al baño a corregir mi apariencia. El ejercicio físico marcaba mis biceps.
Desconocía los motivos por los que Marilyn había decidido quedarse. Cuando nos conocimos le había regalado flores. Salí a la calle a comprar un ramo grandote de rosas. En la mesa saqué un libro de bolsillo para disimular que estaba leyendo. En realidad solo pensaba en ella mientras mi reloj parecía detenerse sin misericordia.
Por fin divisé a lo lejos a una rubia despampanante abriéndose paso entre los comensales como un vendaval. Una mujer extraordinariamente sensual caminando en dirección a mi mesa. No pude resistir el impulso de ir a su encuentro. Expresé:
--¡Qué gusto me da verte! Creí que ya no nos veríamos. Te hubiera extrañado mucho.
--Yo, también. Pero por favor déjame caminar que traigo un hambre feroz.
Avanzamos en dirección a mi mesa y lo primero que vio fueron las flores. Comentó:
--Eres muy detallista, ¿cómo sabías que me gustaban las rosas?
--Será que estoy empezando a adivinarte el pensamiento. A una mujer espléndida le encanta la hermosura de las flores. Eres una mujer exuberante y supongo que muy apasionada. Solo que como cualquier otro me gustaría conocerte más íntimamente.
--Pocos hombres han sabido despertar mi pasión. La mayoría han pasado por mi vida sin dejar huella alguna. Son realmente una nulidad en la cama. ¿Acaso no lo sabías?
--Por supuesto que no.
--Fíjate Joe que me aterra la idea de volver a Hollywood. Como si no tuviera nada que hacer allá. Tengo extraños presentimientos.
--Quítate esas ideas de la cabeza. Me has dicho que debemos enfrentarnos a la vida como sea. ¿Qué te sucede ahora?
--No lo sé, no puedo evitar sentirme abrumada. Trataré de despejar cualquier superstición al respecto. Espero me ayudes a recobrar la entereza.
-Haré todo lo posible. Esta tarde me gustaría invitarte al cine. ¿Qué película te gustaría ver?
--Las cintas románticas me fascinan. Pero iré sin disfrazarme porque quiero ser yo misma, con defectos y virtudes. Hay una película llamada “Locura de amor” que me encantaría ver.
Continuamos conversando con ingenio. Marylin parecía llenar con su sonrisa aquel local. Dispuesto a brindarle toda la atención requerida. Con su sentido del humor bromeó con los meseros quienes ya se habían enterado quién era y estaban contentos de atenderla.
Más tarde salimos a caminar un rato por la playa Condesa. Contemplamos el mar a la distancia y nos sentamos en una simpática casita de palapa. Marilyn parecía ensimismada en sus pensamientos. Al ver el océano azul, el calor y las aguas turquesa, nos motivaron a zambullirnos al agua. Los dos traíamos traje de baño como si esperáramos ese momento. Era la segunda vez que contemplaba a Marilyn semidesnuda y no pude evitar inquietarme. Su sensualidad era francamente desbordante.
Nadamos y nos tendimos boca arriba en la playa. Marilyn se recargó en un montículo de arena y solicitó un masaje con bronceador. El contacto físico me excitó sobremanera y disimuladamente me voltee de espaldas. Fue demasiado tarde porque la rubia observó discretamente los atributos de mi entrepierna. Sonrió satisfecha mientras desviaba su mirada hacia el mar. Continuó con sus confidencias:
--¿Sabes, Joe? Pienso que soy una mujer complicada. A veces quisiera estar sola y encerrarme en un mutismo inexplicable. Otras tengo necesidad de ser amada con delicadeza. Espero no te extrañen mis altibajos. Ninguno de mis maridos lo comprendió y lo lamento. Frecuentemente despierto en las noches llorando. Un psicólogo me dijo que tengo heridas profundas de una niñez no resuelta. Que necesito superarlas para ser feliz.
--Quizá te afecto mucho el incidente de tu infancia.
--¿Por eso decidiste quedarte?
--No, fue por otros motivos.
Me había confesado casualmente el abuso de su infancia. Ahí estaba el origen de toda su desdicha. Ese rechazo y a la vez atracción fatal hacia los hombres. Decidí comprar un libro que hablara sobre el tema. Me gustaba la psicología y era el momento de informarme más al respecto. Visitaría bibliotecas y hablaría con especialistas.
Regresamos al hotel a medio día y la actriz quería descansar. Necesitaba estar sola. Aproveché para irme a cambiar de ropa a casa. Les comenté a mis compañeros que regresaría más tarde. Deseaba comprar un libro y un título llamó mi atención: “Cómo superar traumas de la infancia”. El autor era complicado y solo se me gravó un enunciado: “Las personas traumadas sufren mucho. Necesitan superar el trance reviviendo el impacto emocional que las postró. Deben ser tratadas con delicadeza y mucho amor. La libido también puede ayudar”.
Me apersoné en su hotel dispuesto a llevarla a donde quisiera. Me llevé una desagradable sorpresa al entrar en su cuarto. Norma yacía en el piso sin moverse. Pensé que se había desmayado y me preocupó sobremanera. Un hilillo de sangre escurría por su nariz y con moretones visibles. Evidentemente la habían golpeado y abrió los ojos conturbada. Le pregunté qué había sucedido:
--Dos tipos entraron a mi cuarto. Exigían mi diario esos salvajes. No te preocupes, solo son golpes externos.
--Llamaré a un médico.
--No, por favor, se enterará la prensa y será un escándalo. Te ruego tengas paciencia.
--Pero tú necesitas un doctor. Pueden ser heridas graves.
--Tú me curarás. Trae ese ese botiquín, ahí hay alcohol y medicamentos.
Por lo visto Marilyn estaba subestimando el incidente. Por primera vez me percaté del gran peligro en que se encontraba. Si los vándalos obedecían órdenes eran capaces de obedecer las peores. Traté de reanimarla cuanto pude. Pedí una cena para dos personas. Ella no quiso probar alimentos:
--Norma, dime la verdad, ¿quién te golpeo y por qué?
--Deben ser de mi compañía cinematográfica. Me demandaron por incumplimiento de contrato.
-No te engañes, Marilyn. Una empresa jamás se atrevería mandarte golpear. Un amante sí. ¿Qué quieren de ti?
Marilyn intentó desviar la conversación:
--Me duele mucho la cabeza. Los individuos dejaron de golpearme cuando les dije que dejé mi diario en los Ángeles. En realidad lo tengo aquí. Lo guardé en la administración ¿Te gustaría conocerlo?
--Son cosas que solo a ti te conciernen --dije disimulando mi curiosidad.
La actriz solicitó a la administración su diario. Una libretita roja que me mostró abiertamente. Lo palpé con curiosidad y Norma se puso a escribir. Salí a intercambiar impresiones con mis compañeros quienes juraron no haber visto entrar a nadie a su cuarto. A partir de ahí nos turnábamos responsablemente para cuidarla día y noche. Si le hubiera sucedido algo más grave estaríamos en la cárcel. Afortunadamente todo quedó en la más absoluta discreción de la actriz.
Me encontraba confundido por el curso de los acontecimientos. Nunca imaginé ver Marilyn golpeada y tan vulnerable. Ese diario ocultaba secretos que yo debía conocer. Seguramente Norma no quería involucrarme en su vida sentimental, ¿por qué debía regresar pronto a California? Como si actuara en contra de su voluntad.
Esa noche no dormí y una duda me atosigaba. Si mis compañeros se encontraban apostados frente a su puerta ¿cómo habían entrado a golpearla esos tipos? ¿Eran los agentes del FBI que la seguían en la avenida costera? No me parecía lógica toda esa maraña de acontecimientos. Me propuse averiguarlo con detenimiento. Era mi trabajo pero lo hubiera hecho con gusto aunque no me pagaran. Pretendía alejar a la estrella de cualquier peligro. Me interesaba demasiado su vida.
No quería aceptarlo pero me estaba obsesionando con Marilyn. De la admiración había pasado a la idolatría y luego a la adoración de su físico. Me estaba sumergiendo en una vorágine en donde la adrenalina y hormonas flotaban. En adelante el azar marcaría el rumbo de los acontecimientos.
Un trauma nos puede marcar la vida
José de Cádiz
Me levanté a las cinco de
la mañana inquieto por aquel sueño. Una extraña inquietud me
recorría la espalda. Hice mis ejercicios de rutina y me fui a correr como 5 kilómetros,
suelo quemar calorías cuando estoy alterado. De regreso pasé a un
mercadito a desayunar. Observé el trabajo de los vendedores y sentí admiración
por su laboriosidad. Me contagió su entusiasmo y llegué a casa rebosante
de energía.
Me acicalé como si fuera mi primer día de trabajo. Aquel uniforme blanco me sentaba muy bien. No había recibido instrucciones de mis superiores para abandonar la vigilancia de la actriz. La incertidumbre me atosigaba. Me dirigí a la hospedería y el corazón me latía como una bomba. Supuse que Marilyn ya se encontraba demasiado lejos.
Me acicalé como si fuera mi primer día de trabajo. Aquel uniforme blanco me sentaba muy bien. No había recibido instrucciones de mis superiores para abandonar la vigilancia de la actriz. La incertidumbre me atosigaba. Me dirigí a la hospedería y el corazón me latía como una bomba. Supuse que Marilyn ya se encontraba demasiado lejos.
Llegué al hotel y subí a la recepción a preguntar. Mi vista se desvió hacia el sofá de aquel lobby en donde había conocido a la actriz. Recordé sus reflexivas palabras: “Quisiera encontrar verdaderos amigos pero es prácticamente imposible. Me entregaron un recado. Lo leí con avidez: “Joe, he decido quedarme, espérame en el restaurante. Podemos desayunar y platicar. Besos, Marilyn”.
El alma me volvió al cuerpo. Es increíble cómo podemos pasar de la tristeza a la felicidad en un santiamén. Como si la dicha dependiera del tiempo y no del azar. No recuerdo haber recibido noticia más agradable.
Caminé de prisa al restaurante. Me sentía como jugador de futbol ganando una medalla olímpica. Eran las ocho de la mañana y apenas había unos cuantos comensales. Me metí al baño a corregir mi apariencia. El ejercicio físico marcaba mis biceps.
Desconocía los motivos por los que Marilyn había decidido quedarse. Cuando nos conocimos le había regalado flores. Salí a la calle a comprar un ramo grandote de rosas. En la mesa saqué un libro de bolsillo para disimular que estaba leyendo. En realidad solo pensaba en ella mientras mi reloj parecía detenerse sin misericordia.
Por fin divisé a lo lejos a una rubia despampanante abriéndose paso entre los comensales como un vendaval. Una mujer extraordinariamente sensual caminando en dirección a mi mesa. No pude resistir el impulso de ir a su encuentro. Expresé:
--¡Qué gusto me da verte! Creí que ya no nos veríamos. Te hubiera extrañado mucho.
--Yo, también. Pero por favor déjame caminar que traigo un hambre feroz.
Avanzamos en dirección a mi mesa y lo primero que vio fueron las flores. Comentó:
--Eres muy detallista, ¿cómo sabías que me gustaban las rosas?
--Será que estoy empezando a adivinarte el pensamiento. A una mujer espléndida le encanta la hermosura de las flores. Eres una mujer exuberante y supongo que muy apasionada. Solo que como cualquier otro me gustaría conocerte más íntimamente.
--Pocos hombres han sabido despertar mi pasión. La mayoría han pasado por mi vida sin dejar huella alguna. Son realmente una nulidad en la cama. ¿Acaso no lo sabías?
--Por supuesto que no.
Tomó asiento en la mesa mientras yo la
escuchaba intrigado. Esa revelación me había dejado perplejo. Tomó la
carta y eligió chuletas, sopa de verduras, jugo de naranja, parecía dispuesta a
cargarse de energía. Pedí lo mismo y me hubiera gustado respirar su
aliento, beber en su vaso, pero me contuve.
--Fíjate Joe que me aterra la idea de volver a Hollywood. Como si no tuviera nada que hacer allá. Tengo extraños presentimientos.
--Quítate esas ideas de la cabeza. Me has dicho que debemos enfrentarnos a la vida como sea. ¿Qué te sucede ahora?
--No lo sé, no puedo evitar sentirme abrumada. Trataré de despejar cualquier superstición al respecto. Espero me ayudes a recobrar la entereza.
-Haré todo lo posible. Esta tarde me gustaría invitarte al cine. ¿Qué película te gustaría ver?
--Las cintas románticas me fascinan. Pero iré sin disfrazarme porque quiero ser yo misma, con defectos y virtudes. Hay una película llamada “Locura de amor” que me encantaría ver.
Continuamos conversando con ingenio. Marylin parecía llenar con su sonrisa aquel local. Dispuesto a brindarle toda la atención requerida. Con su sentido del humor bromeó con los meseros quienes ya se habían enterado quién era y estaban contentos de atenderla.
Más tarde salimos a caminar un rato por la playa Condesa. Contemplamos el mar a la distancia y nos sentamos en una simpática casita de palapa. Marilyn parecía ensimismada en sus pensamientos. Al ver el océano azul, el calor y las aguas turquesa, nos motivaron a zambullirnos al agua. Los dos traíamos traje de baño como si esperáramos ese momento. Era la segunda vez que contemplaba a Marilyn semidesnuda y no pude evitar inquietarme. Su sensualidad era francamente desbordante.
Nadamos y nos tendimos boca arriba en la playa. Marilyn se recargó en un montículo de arena y solicitó un masaje con bronceador. El contacto físico me excitó sobremanera y disimuladamente me voltee de espaldas. Fue demasiado tarde porque la rubia observó discretamente los atributos de mi entrepierna. Sonrió satisfecha mientras desviaba su mirada hacia el mar. Continuó con sus confidencias:
--¿Sabes, Joe? Pienso que soy una mujer complicada. A veces quisiera estar sola y encerrarme en un mutismo inexplicable. Otras tengo necesidad de ser amada con delicadeza. Espero no te extrañen mis altibajos. Ninguno de mis maridos lo comprendió y lo lamento. Frecuentemente despierto en las noches llorando. Un psicólogo me dijo que tengo heridas profundas de una niñez no resuelta. Que necesito superarlas para ser feliz.
--Quizá te afecto mucho el incidente de tu infancia.
--Yo creo que demasiado.
Sentados en la arena observábamos el panorama. A distancia pequeñísimos veleros se alejaban de la bahía semejando novicias despistadas. Nos invadió una mezcla de nostálgica sensualidad. No podía quitarme de la cabeza lo que me había dicho Marilyn de los hombres. Obviamente era una mujer experta. Comentó:
Sentados en la arena observábamos el panorama. A distancia pequeñísimos veleros se alejaban de la bahía semejando novicias despistadas. Nos invadió una mezcla de nostálgica sensualidad. No podía quitarme de la cabeza lo que me había dicho Marilyn de los hombres. Obviamente era una mujer experta. Comentó:
--Anoche recibí una propuesta por teléfono. Me
dan un millón de dólares por mi diario.
Ni siquiera se identificó el interlocutor.
--¿Por eso decidiste quedarte?
--No, fue por otros motivos.
Yo la escuchaba atento y me dijo que su diario
valía mucho dinero. A veces era tímida pero otras tan arrebatada como una
amazona. Esos altibajos anímicos tenían un origen psíquico.
Sería inútil tratarla con psicólogos puesto que ya lo habían hecho en
California. Yo no tenía idea cómo tratar un trauma pero me propuse ayudarla a
cualquier precio.
Me había confesado casualmente el abuso de su infancia. Ahí estaba el origen de toda su desdicha. Ese rechazo y a la vez atracción fatal hacia los hombres. Decidí comprar un libro que hablara sobre el tema. Me gustaba la psicología y era el momento de informarme más al respecto. Visitaría bibliotecas y hablaría con especialistas.
Regresamos al hotel a medio día y la actriz quería descansar. Necesitaba estar sola. Aproveché para irme a cambiar de ropa a casa. Les comenté a mis compañeros que regresaría más tarde. Deseaba comprar un libro y un título llamó mi atención: “Cómo superar traumas de la infancia”. El autor era complicado y solo se me gravó un enunciado: “Las personas traumadas sufren mucho. Necesitan superar el trance reviviendo el impacto emocional que las postró. Deben ser tratadas con delicadeza y mucho amor. La libido también puede ayudar”.
Me apersoné en su hotel dispuesto a llevarla a donde quisiera. Me llevé una desagradable sorpresa al entrar en su cuarto. Norma yacía en el piso sin moverse. Pensé que se había desmayado y me preocupó sobremanera. Un hilillo de sangre escurría por su nariz y con moretones visibles. Evidentemente la habían golpeado y abrió los ojos conturbada. Le pregunté qué había sucedido:
--Dos tipos entraron a mi cuarto. Exigían mi diario esos salvajes. No te preocupes, solo son golpes externos.
--Llamaré a un médico.
--No, por favor, se enterará la prensa y será un escándalo. Te ruego tengas paciencia.
--Pero tú necesitas un doctor. Pueden ser heridas graves.
--Tú me curarás. Trae ese ese botiquín, ahí hay alcohol y medicamentos.
Por lo visto Marilyn estaba subestimando el incidente. Por primera vez me percaté del gran peligro en que se encontraba. Si los vándalos obedecían órdenes eran capaces de obedecer las peores. Traté de reanimarla cuanto pude. Pedí una cena para dos personas. Ella no quiso probar alimentos:
--Norma, dime la verdad, ¿quién te golpeo y por qué?
--Deben ser de mi compañía cinematográfica. Me demandaron por incumplimiento de contrato.
-No te engañes, Marilyn. Una empresa jamás se atrevería mandarte golpear. Un amante sí. ¿Qué quieren de ti?
Marilyn intentó desviar la conversación:
--Me duele mucho la cabeza. Los individuos dejaron de golpearme cuando les dije que dejé mi diario en los Ángeles. En realidad lo tengo aquí. Lo guardé en la administración ¿Te gustaría conocerlo?
--Son cosas que solo a ti te conciernen --dije disimulando mi curiosidad.
La actriz solicitó a la administración su diario. Una libretita roja que me mostró abiertamente. Lo palpé con curiosidad y Norma se puso a escribir. Salí a intercambiar impresiones con mis compañeros quienes juraron no haber visto entrar a nadie a su cuarto. A partir de ahí nos turnábamos responsablemente para cuidarla día y noche. Si le hubiera sucedido algo más grave estaríamos en la cárcel. Afortunadamente todo quedó en la más absoluta discreción de la actriz.
Me encontraba confundido por el curso de los acontecimientos. Nunca imaginé ver Marilyn golpeada y tan vulnerable. Ese diario ocultaba secretos que yo debía conocer. Seguramente Norma no quería involucrarme en su vida sentimental, ¿por qué debía regresar pronto a California? Como si actuara en contra de su voluntad.
Esa noche no dormí y una duda me atosigaba. Si mis compañeros se encontraban apostados frente a su puerta ¿cómo habían entrado a golpearla esos tipos? ¿Eran los agentes del FBI que la seguían en la avenida costera? No me parecía lógica toda esa maraña de acontecimientos. Me propuse averiguarlo con detenimiento. Era mi trabajo pero lo hubiera hecho con gusto aunque no me pagaran. Pretendía alejar a la estrella de cualquier peligro. Me interesaba demasiado su vida.
No quería aceptarlo pero me estaba obsesionando con Marilyn. De la admiración había pasado a la idolatría y luego a la adoración de su físico. Me estaba sumergiendo en una vorágine en donde la adrenalina y hormonas flotaban. En adelante el azar marcaría el rumbo de los acontecimientos.
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