Mi primera
masturbación
Cádiz Molina
Para escribir necesitamos del intelecto, el corazón, y muchos huevotes. José de Cádiz
Como bien saben la sexualidad es un tema que pocos
autores tocan. El Marqués de Sade lo
hizo en la antigüedad con un lenguaje crudo. Linda Lovelace triunfó en los 70s con su
libro: “Garganta profunda”. Bladimir Nabokot también con su novela: “Lolita”.
“Diario de una ninfómana”, en 2003 ruborizó a los franceses. Los
escritores podemos abordar cualquier tema. Nada mejor que explorar nuestra intimidad.
No existen tabúes para los buenos autores. Los lectores te seguirán como las moscas a la miel. Los seres humanos tenemos vida sexual desde
niños. Los bebés tienen su primer encuentro con los senos de su madre. Si bien lo
alimentan no dejan de tener cierta connotación sexual. El olor y la succión jugarán un papel
determinante siendo adulto. El niño no
sabe cómo procesar sus incipientes erecciones. Las niñas desconocen lo que sucede en su cuerpecito.
El morbo es parte de nuestra naturaleza.
Nos gusta husmear en la intimidad de los demás. Según el psicoanalista, Sigmund Freud, los niños nos
enamoramos de nuestra madre, y las niñas de su padre. Complejo de Edipo, y complejo de
Electra. Con frecuencia nos encelamos
con el padre o nuestros hermanitos (as).
Como si pensáramos: “mi madre es mía y no la comparto con nadie”. Conforme crecemos superamos esa fijación. Los celos de adultos ahí se originan. Denotan inmadurez e inseguridad. Quien nos ama de verdad no tiene ojos para nadie más. Cuando dejan de querernos no hay nada qué hacer. Aceptar la realidad y a otra cosa mariposa.
El sexo es origen de mundos, bestias, hombres, y
Dioses. Base de la creación que sin él no viviríamos tan intensamente. ¿Puede haber mayor placer que el erotismo? Debemos tener una mente abierta y mostrar lo
que Dios nos dio tan generosamente. A todos nos gustan determinadas posiciones y caricias. Ejemplos: ¿A qué
varón no le gusta que le hagan un fellatio? ¿Qué chica no la excita que le besen los senos?
Los juegos absorben al infante y olvida pronto esas sensaciones. Nuestros amiguitos más atrevidos nos recuerdan que no venimos de París ni nos trajo la cigüeña. Con crudeza nos hacen comprender una verdad que no asimilamos del todo. Entre los 6 y 12 años aún conservamos cierta candidez. Esta se pierde totalmente al llegar a la adolescencia. Las hormonas en tropel nos despiertan instintos salvajes que creíamos dormidos. Como un tornado que se nos viene encima y arrasa. Una tormenta eléctrica con centellas y relámpagos.
Con la adolescencia cambia y crece todo.
Erecciones constantes y la voz se vuelve ronca. Los sueños húmedos nos proporcionan placer o inestabilidad pero también sentimientos de culpa.
Los testículos se hinchan como pelotas.
En algún momento olvidamos nuestros principios. El llamado de la naturaleza es sumamente imperioso. Un sacerdote me dijo: "Los hombres deben llegar célibes al matrimonio". Pronto me olvidé de esos votos de castidad. No tenemos por qué inhibirnos: machitos y hembritas nos masturbamos en alguna ocasión. Algunos con más frecuencia que otros. En lo personal no quería profanar mi cuerpo. Hasta que la
lujuria se apoderó de mí.
Pero al grano con el tema. Sé por qué están aquí. Morbosos:
Crecí con tres primos más o menos de mi edad. Nos bañábamos y jugábamos en un río donde había peces y camarones. En algún momento notamos que alguno ya tenía bellos negros en sus genitales. Nos encantaba exhibir nuestras
medidas. Según ellos yo era el más bien proporcionado. Eso me dio una sensación de supremacía que sigo teniendo. Mis primos se masturbaban en grupo pero a mi no me agradaba. Mi intimidad era solo mía. Un poco menor fui el último en hacerlo. La imitación fue determinante.
A los 13 o 14 años el sexo nos avasalla totalmente. Un fenómeno que no admite
réplica. Aceptamos la voluptuosidad o
desaparecemos del mapa. Me
empezaron a salir pelos por todas partes y con ellos un deseo desenfrenado. Mis genitales crecieron al máximo. Uso Jeans porque se notan y
chicas y chicos me miran de reojo. Cerca
de mi casa estaba el río y podía hacer cualquier cosa con mi pito. Corrientes y playas maravillosas hechas para hacer el amor. Excitado trataba de serenarme. En la secundaria un maestro nos dijo: “La masturbación puede transformarse en vicio. Debilita el cerebro, y lo peor, pueden quedar idiotas”. ¡Chin! Eso no lo sabía. Mis primos hablaban escatológicamente y bromearon cuando se los conté. Yo era el más educadito pero tenía la corrientota por debajo. No me masturbé hasta que conocí a Marina.
Ya nada volvió a ser igual.
Una tarde fui a bañarme solo al río. Elegí una corriente caudalosa y escondida. Desnudo y a cierta distancia llegó una jovencita con su madre. Había vegetación exuberante. Me escondí tras una piedra para observarlas detenidamente. La chica se desnudó mostrando la cosa más linda jamás vista: Los pechitos como capullos en flor.
Tendría unos catorce años como yo. Un
incipiente bello adornaba su Monte de Venus.
Lo que más me impresionó fueron sus nalgas grandes y redondas como
melocotones. Me pusieron al rojo vivo. A partir de ahí nunca la pude olvidar. Su recuerdo me asaltaba
en la escuela, en la calle, en cualquier horario. No me dejaba estudiar ni dormir.
Obviamente pregunté quién era, su nombre y domicilio. Vivíamos en la misma colonia pero de extremo
a extremo. Por eso no nos conocíamos. Mi obsesión por ella no era amor sino auténtica lujuria. La imaginaba besando sus
nalgas y penetrándola como un potro salvaje. Cogiéndomela de a chivito en precipicio hasta hacerla gritar de placer. Sin embargo no me
atrevía ni a hablarle. Era un jovencito tímido. Al crecer me volví más osado.
No teníamos amistad pero era mi sueño. Ni pasó por mi mente hacerla mi
novia. Estaba obsesionado
con su cuerpo y punto. Iba diario
al río para ver si la veía. Me
recostaba en la playa esperando un rato. No volví a saber de ella durante un mes. Por fin un domingo llegó con su
hermana mayor. La chica no tenía
el cuerpo de mi adorada. Lavaron su ropa
sin prisas. Esperé pacientemente a que se bañaran. Entonces volví a mirar ese espectáculo que me arrancó de golpe
la cordura.
El agua tibia despertó al máximo mi sensualidad. Tuve el impulso de acercarme a Marina y mostrarle mi miembro. Tal vez se animaría y también yo le gustaba. Comprendí que era una locura y su hermana la defendería de mis arrebatos. Cerré los ojos y traté de olvidar su agraciada imagen. Tenía que desterrarla de mi mente o me volvería loco. Pero seguía ahí mirándola desnuda.
Me acaricié el pene que miraba al cielo. Tan duro como una estaca. Por mis venas no circulaba sangre sino lava ardiente. Mis testículos rojos como tomates me dolían. Ni siquiera fue necesario utilizar mis manos. Con la mente la atraje hacia mí y estrujé su cuerpo, sus pechos, sus nalgas. Penetrándola como un asno a una hembra en celo. Con el frenesí vino el orgasmo. La abundante esperma fue lanzada a tres metros. Vi cómo se diluyó en el agua cristalina. El murmullo del río apagó mis estremecedores gemidos. Sentí un vacío en mi cuerpo que me dejó exhausto.
Tiempo después en mis relaciones de adulto prefiero no venirme. El placer se puede prolongar indefinidamente. Coitos de 30 a 45 minutos. El orgasmo es la muerte del deseo. De la vida misma. En el semen se encuentra la fuente de la eterna juventud. El pene sin eyacular cura diversas enfermedades. Los gnósticos le llamamos a estos prodigios: novena esfera o magia sexual.
Un
cap. del libro: "Intimidades adolescentes".
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