domingo, 19 de septiembre de 2021

 

Cómo  perdí  mi  virginidad

 


Cádiz   Molina

 

La  adolescencia  es una  de las  épocas más  difíciles pero también  súper excitantes.  Descubrimos el mundo y  nos sentimos libres.  A  veces  la  vida  nos  ofrece oportunidades que  debemos  tomar  al  vuelo.  O quizá más  tarde  nos  arrepintamos de no haberlas disfrutado.  Tenía yo 17  años y estudiaba  el  tercero de  secundaria. Era  un muchachito bueno.   No tenía  novia y algunas  chicas se me insinuaban pero yo jugaba como un infante travieso.  Cerca  de  mi  comunidad  hay un  pueblito  llamado  La providencia.  Lugar  histórico  pues  ahí vivió un expresidente de  México. Mi  abuelo  compró allá  una parcela con  sembradíos  de  maíz y  sandías.  Tenía  una  tiendita bien  surtida.  En  mis  vacaciones me iba  con  él para ayudarle.  Me  compró  una  bicicleta  y yo  era  feliz recorriendo  la  campiña.  Bañarme  en  el río  era mi mayor  gozo.



Un  día  conocí a  una  señora  de 45  años que  bien  podía  ser mi madre.  Era  cliente  de  mi  abuelo y se  llamaba  doña  Trini.  Frecuentemente  me  guiñaba  un  ojo y  yo  fingía  no  darme  cuenta.  En  el  fondo  me  agradaba su coquetería.  Se  reía a  carcajadas y  tenía unas  piernas y  unas  nalgas bien  duras.  Su  marido  era un viejito  carpintero.   Era yo introvertido pero  doña  Trini  se  las  ingenió  para hacerme  su  amigo.  Me  llevaba regalitos y  se  quedaba un  ratito  platicando conmigo.   Se pintaba  la  boca.  Observé que tenía  unos  ojos preciosos.

Un  día  me comentó  que  su  marido era  diabético.  Fue  explícita: “tenemos  5  años de no  tener  relaciones y yo  necesito  un  hombre".  Mi pene brincó e  imaginé una vagina caliente como una hornilla.  En  cierta  ocasión  no fue  durante  ocho  días  a  la  tienda.  Empecé a  extrañarla.  ¿Qué le habría  sucedido? Pensaba.  Ella vivía en  las  afueras  del pueblo cerca  del río.  Esa  tarde  fui en  mi  bici  a  bañarme  a la  corriente crecida  para  ver  si  la  veía.  No tuve  suerte.



Esa noche me  excité y  pude evitar  masturbarme.  Pero mi  consciencia no  me dejaba  tranquilo: “Esa  señora  es  casada  y  además es mayor  para  mi”.  A mi madre  no  le agradaría.  Empezaba a obsesionarme.  Me  alegré cuando apareció  de nuevo  en  la  tienda y me  llevó unos  tamales  de  elotes.  “Para  que  le  des a  tu  abuelo”, me  dijo.  Explicó  que  su  marido estaba muy  enfermo.  Supuse que pronto  quedaría  viuda y  entonces todo podría  suceder.  Ella se  sinceró conmigo: “Te  extrañé demasiado y no dormía  pensando  en  ti”.   Iba a decirle lo mismo  pero  preferí  callar.  Lo que  yo  sentía  por  ella  era deseo.



Ahora doña  Trini iba casi  diario a  la tienda  con  cualquier pretexto.  Al darle  el cambio  me  tomaba  de  la  mano y me  acariciaba  el  mentón.  "¿Tienes  novia?",  me  preguntó?", le  dije  que  no y  contestó:  "Muy  bien, seré tu  primer  amor".  Yo sabía que anhelaba  algo más y la atracción  era  recíproca.  Mi  abuelo  era  perspicaz y  notó la  cercanía  de  la  señora.  Me  recomendó: “no quiero que  te involucres  con  ella.  Mantuvo una  relación  conmigo y  solo  quería  mi  dinero.  Aquí  hay  muchas  chicas  de  tu  edad”.  Pero en  el corazón  no  se  manda  y  esas  niñas no me  llamaban  la  atención.



Además,  ¿por qué mi  abuelo  me  recomendaba eso? ¿Eran  celos o estaba  demasiado buena la  señora?  Eso me  intrigó  aún  más  y  mis deseos  de poseerla  crecieron.  Un  día doña  Trini  llegó demasiado  lejos: “Hoy  voy a estar  lavando en  el  río.  Te  espero debajo de la  ceiba.  No  vayas muy  temprano sino  hasta  que  no  haya  gente.  Hay  luna  llena”.  Dicen que en plenilunio las mareas  crecen  y  la  locura  se  intensifica.  Tenía  una  oportunidad de oro  pero decidí  no ir.  Una  relación que no  sabía a  dónde iría a  parar.

El reloj  de  la  tienda  marcó las  7 PM pero aún no  oscurecía.  Estaba  inquieto y  cené sin  dejar  de pensar en ella.  Traté  de distraerme  viendo la  Tv.  ¿Doña  Trini   aún  estaría  en  el  río? ¿Qué no sería  capaz de  hacer una mujer deseosa  con  un  chico virgen? Me  confió que no tenía hijos porque era de  vagina estrecha.  A  las  ocho en  punto no soporté la  tentación  y  me  levanté  corriendo  del sillón.  Emprendí una  loca carrera en  mi  bicicleta.  Mi  abuelo se  dormía temprano.   Casi  volaba  deseando  que  doña  Trini  aún  estuviera  esperándome.



No  me  equivoqué y  la  encontré  desnuda  de  la  cintura para  abajo. La  luna observaba  la  escena.  Aprecié  por primera  vez  una  vagina peluda.  Yo temblaba  de la  emoción por  el  morbo  de ser  novato.  Me  desnudé de  prisa quedando  en  pelotas y  con  el pene bien erecto.  Doña  Trini  sonrió y me pidió  que  me  recostara  boca  arriba  en una  piedra.  Tomó  mi miembro y  lo chupó durante largo  rato. Parecía un  becerrito hambriento.  Con  su  lengua acariciaba  mi  glande y me  daba  chupetones  en  los  testículos.  A punto del orgasmo se  lo sacaba  un  ratito.  Luego dejaba que  continuara  su  faena.  No  pude  más y  le  pedí  que  se  colocara boca  abajo en  4  patas.  Ella  levantó  sus  nalgas  ofreciéndolas  como una ofrenda al Dios Eros.  Pero yo no  sabía ni cómo meterla.  Tomó mi  miembro delicadamente  y  lo   colocó en  la  entrada  de  su  vulva.  Me  dijo: "muévete  despacio;  cuando  sientas  que  te  vas a  venir respira  profundo  y  detente".   A  pesar  de mi inexperiencia fue una  cogida  de antología.  Efectivamente, era muy  estrecha  y  me  rosó  el pene.  Abandonamos  el  río hasta  las 12  PM.  Lamentablemente mis  vacaciones terminarían en 10  días.

 

Un  capítulo  del  libro: “Diario  íntimo  de  un  adolescente”.

 

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