Cómo
perdí mi virginidad
Cádiz Molina
La adolescencia es una de las épocas más difíciles pero también súper excitantes. Descubrimos el mundo y nos sentimos libres. A veces la vida nos ofrece oportunidades que debemos tomar al vuelo. O quizá más tarde nos arrepintamos de no haberlas disfrutado. Tenía yo 17 años y estudiaba el tercero de secundaria. Era un muchachito bueno. No tenía novia y algunas chicas se me insinuaban pero yo jugaba como un infante travieso. Cerca de mi comunidad hay un pueblito llamado La providencia. Lugar histórico pues ahí vivió un expresidente de México. Mi abuelo compró allá una parcela con sembradíos de maíz y sandías. Tenía una tiendita bien surtida. En mis vacaciones me iba con él para ayudarle. Me compró una bicicleta y yo era feliz recorriendo la campiña. Bañarme en el río era mi mayor gozo.
Un día
conocí a una señora
de 45 años que bien
podía ser mi madre. Era
cliente de mi
abuelo y se llamaba doña
Trini. Frecuentemente me guiñaba un ojo
y yo
fingía no darme
cuenta. En el
fondo me agradaba su coquetería. Se reía a
carcajadas y tenía unas piernas y
unas nalgas bien duras.
Su marido era un viejito carpintero. Era yo introvertido pero doña Trini
se las ingenió
para hacerme su amigo. Me llevaba regalitos y se
quedaba un ratito platicando conmigo. Se pintaba
la boca. Observé que tenía unos ojos preciosos.
Un día me
comentó que su marido
era diabético. Fue
explícita: “tenemos 5 años
de no tener relaciones y yo necesito un hombre". Mi pene brincó e imaginé una vagina caliente como una hornilla. En cierta ocasión no fue durante ocho días
a la tienda. Empecé a extrañarla. ¿Qué le habría
sucedido? Pensaba. Ella vivía en las
afueras del pueblo cerca
del río. Esa tarde
fui en mi bici
a bañarme a la
corriente crecida para ver
si la veía. No
tuve suerte.
Esa noche me excité y pude evitar masturbarme. Pero mi consciencia no me dejaba
tranquilo: “Esa señora es
casada y además es mayor para mi”. A mi madre no le
agradaría. Empezaba a obsesionarme. Me
alegré cuando apareció de nuevo en
la tienda y me
llevó unos tamales de
elotes. “Para que
le des a tu
abuelo”, me dijo. Explicó
que su marido estaba muy enfermo. Supuse que pronto quedaría
viuda y entonces todo podría suceder. Ella se sinceró conmigo: “Te extrañé demasiado y no dormía pensando en ti”. Iba a decirle lo mismo pero
preferí callar. Lo que
yo sentía por
ella era deseo.
Ahora doña Trini iba casi diario a
la tienda con cualquier pretexto. Al darle
el cambio me tomaba
de la mano y me
acariciaba el mentón. "¿Tienes novia?", me preguntó?", le dije que no y contestó: "Muy bien, seré tu primer amor". Yo sabía que anhelaba algo más y la atracción
era recíproca. Mi
abuelo era perspicaz y
notó la cercanía de
la señora. Me
recomendó: “no quiero que te
involucres con ella. Mantuvo
una relación conmigo y
solo quería mi
dinero. Aquí hay
muchas chicas de tu edad”. Pero en el corazón no
se manda y
esas niñas no me llamaban
la atención.
Además, ¿por qué mi
abuelo me recomendaba eso? ¿Eran celos o estaba demasiado buena la señora?
Eso me intrigó aún
más y mis deseos
de poseerla crecieron. Un día doña Trini
llegó demasiado lejos: “Hoy voy a estar lavando en el
río. Te espero debajo de la ceiba. No
vayas muy temprano sino hasta
que no haya
gente. Hay luna
llena”. Dicen que en plenilunio las mareas crecen y la locura se intensifica. Tenía una
oportunidad de oro pero
decidí no ir. Una
relación que no sabía a dónde iría a parar.
El reloj de
la tienda marcó las
7 PM pero aún no oscurecía.
Estaba inquieto y
cené sin dejar de pensar en ella. Traté de distraerme
viendo la Tv. ¿Doña
Trini aún estaría
en el río? ¿Qué no sería capaz de
hacer una mujer deseosa con un
chico virgen? Me confió que no
tenía hijos porque era de vagina
estrecha. A las ocho en punto no soporté la tentación y me levanté
corriendo del sillón. Emprendí una
loca carrera en mi bicicleta.
Mi abuelo se dormía temprano. Casi volaba
deseando que doña
Trini aún estuviera
esperándome.
No me equivoqué y la encontré desnuda de la cintura para abajo. La luna observaba la escena. Aprecié por primera vez una vagina peluda. Yo temblaba de la emoción por el morbo de ser novato. Me desnudé de prisa quedando en pelotas y con el pene bien erecto. Doña Trini sonrió y me pidió que me recostara boca arriba en una piedra. Tomó mi miembro y lo chupó durante largo rato. Parecía un becerrito hambriento. Con su lengua acariciaba mi glande y me daba chupetones en los testículos. A punto del orgasmo se lo sacaba un ratito. Luego dejaba que continuara su faena. No pude más y le pedí que se colocara boca abajo en 4 patas. Ella levantó sus nalgas ofreciéndolas como una ofrenda al Dios Eros. Pero yo no sabía ni cómo meterla. Tomó mi miembro delicadamente y lo colocó en la entrada de su vulva. Me dijo: "muévete despacio; cuando sientas que te vas a venir respira profundo y detente". A pesar de mi inexperiencia fue una cogida de antología. Efectivamente, era muy estrecha y me rosó el pene. Abandonamos el río hasta las 12 PM. Lamentablemente mis vacaciones terminarían en 10 días.
Un
capítulo del libro: “Diario íntimo
de un adolescente”.
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