martes, 25 de noviembre de 2014

VERDE PRISIONERO





José de Cádiz



Qué infeliz me siento entre estas rejas que me aprisionan.  Mis carceleros me traen de comer siempre la misma ración.  La misma rutina, la misma soledad que amenazan con asfixiarme. A veces ni siquiera me dirigen la palabra. Otras, son excesivamente amables conmigo y hasta tratan de acariciarme. Yo, recibo temeroso esas muestras de cariño.

He perdido la noción del tiempo y creo que también la cordura.  Intento tranquilizarme caminando de un lado para otro; o platico yo solito. Si cuando menos tuviera una novia con quien platicar soportaría este encierro. Siempre estoy completamente solo.






Recuerdo cuando me arrancaron de los brazos de mi madre. Me trajeron prisionero siendo muy pequeño.  Yo dormía con mis hermanitos y ella nos acariciaba. De pronto, sentí unas tenazas que me sujetaban por la cintura. Todos comenzamos a gritar y mi madre lloraba y suplicaba. De nada valieron sus ruegos, nos separaron y me llevaron a un cuarto oscuro. No volví a saber más de mi familia.


Yo no comprendía lo que ocurría. Sigo sin entender porqué el genero humano es tan perverso y deshumanizado. Por qué abusan de su fuerza y poderío. Allá, en mi hábitat, nosotros convivimos con todas las especies. Hay una permanente comunión entre las flores, las aves, y los ríos. Tenemos suficiente comida en un valle verde y lleno de armonía.


Y cuando sale el sol nos alegramos, y cuando llueve retozamos juguetones. Pensar que nunca seré libre me dan ganas de morir.  Cuando hablo nadie me escucha, o solo se ríen de mí. 
Mi nombre es Crispín. ¿Les parece feo el nombre? Ese me pusieron al llegar aquí. Todos mis carceleros lucen diferentes uniformes, pero yo solo tengo un traje verde. Afirman que verde es el color de la esperanza, pero ya no les creo nada.

Esta cárcel es para volver loco a cualquiera y tiene reglas muy especiales. Todos pueden entrar y salir de sus celdas, todos menos yo. Pueden trabajar, tomar el sol, hacer deporte.  Hasta pueden salir a pasear.






Mis carceleros son dos: Brígida, y Claudio, y tienen dos hijos pequeños. Hacen vida marital en una celda sin importarles que yo los vea. Que envidia siento cuando los veo salir con una cara de satisfacción.  Luego se sientan a cenar o ver la Tv.  Ellos son mis compañeros de prisión. Nada más que sus celdas son más grandes. 
Varias veces los he observado cuando están en plena faena amorosa. Entonces desquito mi frustración y grito indignado--: !Brígida puta! ¡Brígida puta!

Ella, me contesta furiosa: 


--¡Cállate Crispín cabrón! ¡Te quedarás sin cenar!


Más tarde llegan de la escuela sus pequeños hijos, Katia, y Flavio.  Se sientan a ver Tv, comen, y luego hacen su tarea.  Ese aparato les ha robado su libertad. En la noche se bañan, cenan, y otra vez ven televisión. Sus papás casi nunca platican con ellos. Varias veces los he visto llorar en silencio.




  

Un día le pregunté a Flavio--:¿Qué se siente salir a la calle y caminar? Contestó: "Nos sentimos regocijados un ratito". Enseguida pregunté a Katia--:¿Y qué se siente ir a la escuela y ser libre? Me dijo: "¡Un fastidio aprender cosas que te desagradan! Materias que no van conmigo".


Argumenté--: Pero yo quisiera aprender como ustedes.  Trabajar, estudiar, salir al parque.




  

--No, Crispín, de veras -observó Flavio- nosotros quisiéramos jugar, pasar más tiempo en casa.  La calle es dura y la realidad más cruel. Dichoso tú que no te dejan hacer nada.  Nada más comes y observas.


--¡Pero ya no quiero vivir encerrado! Me siento tan infeliz. Quiero ser tan libre como ustedes. !Por favor ayúdenme a escapar!





Katia, me miró detenidamente y observó:

-Crispín, te aconsejo no pidas eso a mis papás, no te escucharán. Veremos qué puedo hacer por ti.


Quedé triste y desesperanzado. Todos los moradores de este hogar son prisioneros de sus defectos.  Brígida, es envidiosa y lujuriosa, y Claudio odia a las personas que tienen dinero.  Dice que las matará para quedarse con su fortuna.  Su corazón está lleno de odio.





Recuerdo cuando me capturaron en el bosque.  Inmediatamente me pusieron a la venta en una plaza pública. Yo trataba de esconderme para que no me descubrieran los ojos perspicaces de los clientes. Pero hasta ahí llegaban señoras y niños preguntando:"¿Cuánto cuesta esta preciosidad?" Mi carcelero contestó-: 500 pesos, pero le puedo hacer una "rebajita".


Escuché a una niña gritar entusiasmada.  Era la pequeña Katia:


-¡Mamá, mamá, cómprame ese periquito!





La niña me cayó bien y pensé que sería muy afortunado viviendo a su lado. Pero cuando me encerraron en esta jaula supe que ya no sería feliz. Nunca más regresaría al campo ni vería a mis hermanitos. He pensado en suicidarme por inanición. Katia me prometió hace poco: 

-¿Sabes Críspin? He pensado detenidamente en lo que me pediste. Yo te puedo ayudar a ser libre si guardamos el secreto.  Te tengo mucho cariño y me dolería que te fueras para siempre.  No volver a verte nunca más sería muy triste. Katia, lloraba cuando me imploró--: ¿Si te ayudo a escapar me prometes venir a visitarme algún día?


-Yo también te quiero -contesté llorando- pero comprende que aquí soy desdichado.  Extraño mucho la alegría del campo.  Prometo venir a visitarte todas las mañanas.


Katia, al oír eso, no pudo más y abrió la jaula.  Yo volé a la pradera más cercana. Que delicia aspirar el perfume de la libertad.  Ahora vuelo cada amanecer frente a su ventana. Ella, me saluda con la mano en alto y una sonrisa. 





  

    

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