José de Cádiz
Desde siempre los escritores han librado una dura y sorda batalla contra los editores. Es de sobra conocido que los autores escriben frecuentemente en la pobreza por estar supeditados a regalías de hambre que no les alcanza siquiera para sobrevivir. Digamos, que se ha dado una súper explotación del talento literario. Seguramente porque los mismos creadores no valoran debidamente su trabajo. Tienen tanta urgencia en ver publicada su obra que no corrigen y pulen con tesón. Siendo presa fácil de editores sin escrúpulos.
A escribir se aprende escribiendo y nadie se hace escritor de la noche a la mañana. Sin embargo, no es justo que reciban solo un treinta por ciento de regalías mientras los editores se quedan con el 70 argumentando gastos de impresión. Afortunadamente con la Internet han cambiado mucho las cosas. El autor puede ser su propio editor.
Lo equitativo sería que el escritor recibiera el 70 por ciento sobre el valor de un libro. No obstante, han surgido decenas de editoriales virtuales que no garantizan que un escritor reciba lo justo. Los editores tienen un ojo de águila para reconocer si una obra tiene potencial comercial. Olvidan que quien produce la obra y se desvela es el escritor.
Para empezar, nunca les firman un contrato, tampoco hacen publicidad a los libros. Si un autor es victima de fraude, ¿a quién va a reclamar? Es muy difícil que un autor novato tenga éxito con su primera novela. Ya sea por falta de oficio, porque no eligió el tema adecuado, o porque lo escribió a vuelo de pájaro. La distancia entre las preferencias temáticas del escritor y la necesidad del público es como de aquí a la luna.
Dicen, los que saben, que una obra bien escrita tarde o temprano encuentra editor. Máxime si conjuga la parte artística y comercial. Si el libro tiene méritos habrá posibilidades de convertirse en un best seller. Única manera de adquirir prestigio y reconocimiento mundial. Un consejo editorial tomará en cuenta el estilo, trama, prosa, un título seductor. De otra manera no darán oportunidad a un autor novel.
He aquí una parodia sobre las relaciones, no siempre cordiales, entre autor y editor. Es necesario aclarar que no es la experiencia, de quien esto escribe, puesto que nunca he ofrecido mis libros a ningún editor. Es en base a la experiencia de terceros de quienes he aprendido mucho.
Empezamos:
El escritor Remigio Salinas conversa animadamente con un editor. La cafetería es pequeña pero confortable:
--¿Entonces, qué mi jefe cuándo me va a editar mi libro? -Preguntó Remigio al editor.
--Cajm, cajm, por el momento no es posible Remigio. Verás, no hay presupuesto ni
espacio. Pero te puedo anotar en lista de espera para el 2021, chance y tengas
mejor suerte. La editorial solo tiene en caja 5 dólares. En el último libro invertimos todo lo que había.
--¡Cómo así mi estimado editor! Ni que vendieran cacahuates en la calle o en el Metro. Y eso de que me espere yo tres años ha de ser para ver si muero en ese lapso.
--Pues, como lo oyes, esta semana no hubo ni para pagarle al personal de
limpieza. A las secretarias les tuvimos que pagar con una antología que nunca
se vendió. Por si fuera poco, la piratería nos está haciendo estragos. Esos cabrones no dejan títere con cabeza.
--¡Por Dios Remigio qué desconfiado eres! Claro que tengo mis oficinas. Mañana mismo te llevaré para que las conozcas.
Remigio salió de aquella entrevista un tanto desconsolado. No obstante, esa noche
preparó sus cuentos y los corrigió hasta la madrugada. Amaneció muy entusiasmado, tenía
verdaderos deseos por conocer la editorial.
Se encontró con el editor en una calle aledaña de su domicilio.
Lo saludó con mucho respeto, casi como a una deidad celestial.
Mientras charlaban sobre el tema el editor preguntó:
--¿Qué traes en esa bolsa, Remigio?
--¡Ah Sí mi jefe, son mis cuentos! Es el libro que quiero publicar –contestó un tanto apenado.
--A ver, déjame ver de qué trata. ¡Caramba cuando menos cómprales una carpeta! Este género casi no se vende y menos de un autor principiante. Tampoco el ensayo ni los poemas. Entiendan, al público no les interesan a menos que sean de Pablo Neruda o Juan Rulfo. ¿Por qué no escribiste mejor una novela? Estas tienen más aceptación.
--Óigame, si escribir novelas no es comer papas fritas. Ese genero es para los
grandes y experimentados: Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, o Isabel Allende.
La mayoría de autores empezamos escribiendo cuentitos. ¿Ud. Escribe también?
--¡Ah, caray!, como quien dice a mí me ve frito y sin ninguna posibilidad.
--No, Remigio, no quise decir eso. Simplemente
que te esperes un poquito antes de publicar. Y, por cierto ¿qué buscas al publicar tu libro?
--La mera verdad, a mi me atraen la fama, el reconocimiento, que mi libro se venda como pan caliente. ¡Entrevistas y viajes por todo el mundo! Mire Ud. que
bien le va al Mario Vargas Llosa.
--Uuuuy, Remigio, casi no quieres nada. Para
llegar ahí tendrías que escribir puros best sellers. Son pocos los escritores que viven de sus
libros. El público latino no lee y las editoriales están cerrando. Tal vez si
te fueras a vivir a Francia o Inglaterra tendrías mayores posibilidades.
--Oiga, mi estimado editor, ¿y no hay alguna manera de agilizar el triunfo en México?
Digo, tal vez haciéndole mucha publicidad a mis libros, exhibiéndolos en cadenas comerciales. Abriendo una tienda con mis textos y editándolos por mi cuenta.
--¡Claro que sí, Remigio! Todo depende del
interés que despierte tu obra. Juan Rulfo alcanzó la fama con dos libros nada más. Claro, era un escritor talentoso el mexicano.
Si aciertas con un tema original te funcionará la publicidad. Cuesta
muy caro un spot en TV. Pero puedes imprimir volantes y repartirlos en un parque. Ninguna editorial hace publicidad. Todos le apostamos al talento. Te voy a hacer una propuesta, ¿tienes algún dinerito guardado?
--Bien. Te voy a publicar el libro apoyándote con el diez por ciento del
presupuesto total. El otro noventa por ciento lo tendrás que desembolsar tú.
¿Qué te parece?
--¡Caramba, como quien dice le tengo que comprar todo el tiraje! ¿En qué
consistiría su ayuda, entonces?
--¡Remigio no seas tan ingenuo! Yo te respaldo con el sello de mi
editorial. Te preparo el camino hacia el éxito. Podrás exhibir tu libro en las ferias y poner un tendido en el zócalo. Ofrecerlo
a los transeúntes, rifarlo en los camiones, en fin. ¿No dices que te gusta la publicidad?
--Pues, sí, pero yo pensaba en una publicidad más sofisticada, y no andar vendiendo mi libro
en la calle.
--Mira, vamos a las oficinas de mi Editorial y allá platicamos más a gusto. ¿Te
parece?
-- Excelente.
Se encaminaron rumbo a EDICIONES PATITO, que era el nombre de la pomposa fábrica de libros. Llegaron a un edificio de departamentos bastante modesto. En la
puerta se leía el nombre de la misma. Remigio parecía un niño de kínder que va a una feria por primera vez. Hay una sala grande y dos cuartos pequeños. Remigio, preguntó:
--Me gustaría conocer al consejo editorial. Dicen que es quien elige las obras
para su publicación y voy aprovechar que ando por aquí. También necesito hablar con los correctores de estilo. Ando muy mal en ortografía.
--¡No cabe duda que eres muy listo Remigio!
El editor abrió una puerta y Remigio solo vio una mesa grande con muchas sillas. Las paredes pintadas de azul y muchos anaqueles en su lugar llenos de libros. Todo en perfecto orden.
El editor abrió una puerta y Remigio solo vio una mesa grande con muchas sillas. Las paredes pintadas de azul y muchos anaqueles en su lugar llenos de libros. Todo en perfecto orden.
El empresario sonriente expresó:
-Ya que insistes Remigio. Te presento
al consejo editorial:
-Discúlpeme, pero yo no veo nada. Puras sillas vacías.
El editor sin inmutarse se encaminó a otra puerta. Ahí le espetó frente a un
pequeño escritorio sin nadie más:
--Mira, Remigio, esta es Paty mi secretaria. Y ellos son Catalina, y Julián, los
mejores correctores de estilo del mundo. Ten la bondad de saludarlos:
--¡¿?!
A estas alturas Remigio pensó que estaba frente a un psicópata. Tuvo la intención de salir corriendo y olvidarse de su libro. Aquel tipo estaba loco. No obstante, hizo esfuerzos por serenarse y miró de frente al editor, quien adivinando sus intenciones agregó:
--Discúlpeme, yo nada más quería conocer la editorial y su proceso de imprenta. Ya veo que todo es ficticio. Con su permiso me retiro.
--¡Espera Remigio! No quiero hacerte perder el tiempo.
Tienes una narrativa insípida y bastante trillada. Te aconsejo que vuelvas a reescribir tus cuentos. Deben tener gancho y con un estilo que atrape al lector. Les falta fuerza y un enfoque filosófico.
--De acuerdo, pero comprenda que soy un principiante, no puedo escribir como Cervantes, ni como André Bretón.
Cada quien hace lo que puede. ¿No le parece?
--¿Sabes qué pasa Remigio? Quieres tener éxito pero no quieres pagar el
precio. No te has preparado. Así nunca vas a pasar de perico perro. No te respetarán las editoriales ni apoyarán tu trabajo. Terminarás fracasado emborrachándote en alguna
cantina.
--De acuerdo, señor "editor", pero Ud. tampoco es una perita en dulce. Bien que hace negocios con los principiantes pagándoles regalías de hambre. Eso de
que me apoyará con el diez por ciento de mi obra que se lo crea su abuela. La editorial es usted y solo es un vulgar impresor. ¡Todo un negociazo asegurándose que le compre el tiraje! ¡Es Ud. un Farsante!
A esas alturas Remigio y el editor se habían perdido todo el respeto desahogándose mutuamente:
--¡Óyeme, bien, Remigio! Si quieres proyectarte debes aceptar las críticas con serenidad. Si deseas tener un numeroso público debes conquistarlos a base de talento. Siendo barroco y simplista no lo lograrás. Tienes un gran potencial pero
te falta experiencia, amor al oficio. Eres un neófito.
Remigio, rojo de ira contestó:
--¡Y Ud. es un vulgar mercader! Es deshonesto y desconoce el arte literario. Es codicioso y sin escrúpulos. No tiene dinero para apoyar a los noveles
pero sí para editar a los consagrados. Carece de sentido
humanitario. ¡Es un auténtico troglodita de las letras!
--¡Fíjate bien como hablas cabrón! Esto es una empresa y no soy hermanita de la caridad. No es una casa de beneficencia. Sabemos quien nos puede hacer ganar dinero. Solo acepto libros corregidos
y con potencial.
--¿Para que me pueda publicar necesito ser Charles Dikens o
Camilo José Cela? También ellos fueron
principiantes y con numerosas fallas. También soñaron un día con llegar a la cúspide.
Nadie nace conociendo el arte. Claro, a menos que sea un genio.
--Es verdad lo que dices. Pero ellos se preocuparon por aprender y adquirir el
virtuosismo que los consagró. Prueba de ello es que trascendieron. De verdad, Remigio, me caes muy bien y trato de ayudarte.
--¡Si cómo no! Debo de "caerle muy bien".
¿Se imagina como me trataría si le cayera yo mal?
--Por favor, serénate, no seas tan agresivo conmigo. Aún puedo ayudarte si me prometes corregir tus textos.
--¡Claro que los voy a corregir pero ya no los traeré a esta editorial de marras! Finalmente nadie la conoce! Se arrepentirá de haber rechazado mis cuentos. Su
editorial es tan ficticia como los demonios y los duendes.
--Lamento decirte, Remigio, que los duendes y los demonios existen y deberías escribir un libro sobre ellos. Busca un tema seductor que cautive a las masas. Pero no los lleves a una editorial hasta haberlos corregido mil veces.
¿Sabías que Carlos Fuentes corregía sus textos 150 veces? Debes manejar tu oficio con maestría. Hay profesionales que te pueden ayudar. La mediocridad y el conformismo no te conducirán a nada.
--¿Y por qué no le hacen publicidad a los libros si también es su negocio? Subestiman la promoción siendo un pilar fundamental del
mercado. Si yo vendo pan y no lo anuncio nadie me comprará. Y me habla Ud. de mediocridad, ¡Por favor!
--Ya cálmate, Remigio, pensarán que te debo y no te pago. Ese carácter
lo deberías emplear mejor con tu narrativa. Esa agresividad utilízala para superarte y lograr tus objetivos.
--¡No me importa que no me publique! Total, en la Internet hay cientos de
editoriales patito como la suya. Pago el tiraje , editan mi libro, y luego lo lanzo al mercado. Con dinero baila el perro.
--Por supuesto Remigio y luego le rezas al santo de tu devoción para que se vendan. Las librerías están desapareciendo. En fin, allá tú Remigio. Te deseo suerte. Un último
consejo: escribe un libro que alterne la parte artística y comercial. Y sobre todo nunca pierdas la fe.
--Y usted, señor, sea más considerado con los principiantes. Pero le
voy a hacer caso y corregiré mis libros mil veces. Escribiré una novela con un tema que pocos hayan tocado. ¿Qué le parece un romance entre un terrícola
con una marcianita? ¿O prefiere un marinero con una sirena?
--¡Sería fabuloso! Es un idea genial. Todo un éxito que te llevaría a
los cuernos de la luna. Tienes una imaginación desbordante. No sigas los patrones
establecidos. Atrévete a recorrer caminos diferentes y a quebrantar la apatía
de los lectores. Me atrevo a pensar que el público no lee porque no le gusta lo
que encuentra. Necesitas saber lo que quiere leer el respetable.
Remigio, se despidió del editor, un poco más calmado, pensando detenidamente en
sus palabras. Pudiera ser que el tipo tuviera algo de razón. Obviamente conocía su oficio y quizá hasta trataba de ayudarlo. Le estrechó la
mano pero ya no se dirigió a él como “mi jefe”. Simplemente le dijo:
--Nos estamos viendo, señor editor.
--Nos estamos viendo, señor editor.
Éste, lo miró de arriba abajo, consciente del impacto que sus palabras habían provocado en el ánimo del principiante. El autor salió a
la calle y tiró su manuscrito en una alcantarilla. Respiró profundamente y se
dispuso a escribir un nuevo libro.
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