Blanquita
José de
Cádiz
Mi parcela está a 700 Mts de mi casa. Hay árboles frutales y un venero de agua muy simpático. En tiempos de sequía se agota el río y no tenemos agua. Algunos colonos recurrimos a ese manantial para bañarnos. En una ocasión se me hizo tarde por correr en bicicleta y llegué al venero bien sudado. Para mi sorpresa encontré a cuatro gatitos blancos que al verme corrieron hacia mí.
Un cesto tirado a la vera del camino me
hizo comprender su situación. Los
mininos estaban desesperados. ¡Miau!
¡Miau! Y con su carita angustiada me decían: “¡Por favor, no nos dejes
solos!”. Sabía que si dormían en el
campo cualquier sabandija los devoraría.
--¿Qué hago Dios santo? Mi esposa no se lleva bien con los gatos y, por
si fuera poco, tengo una hermana que padece alergia.
Caminé y los gatitos me siguieron...
Soy devoto de San Isidro Labrador, el protector de los agricultores, de la fauna y de la flora. Me pregunté, qué hubiera hecho él en mi lugar. La respuesta la tuve en el acto: se los llevaría. Los metí en mi mochila y me fui a bañar. Los gatitos son escurridizos y se salieron por una pequeña cobertura al enjabonarme. Temían que los abandonara. Les dije sorprendido, ¿quieren bañarse? Y les lancé una bandeja de agua bien fría. Corrieron a sentarse como soldaditos sobre una piedra.
Le diría a mi mujer que los gatos blancos son de buena suerte. Los tendríamos unos días y ya crediticios alguien se los llevaría. ¡En verdad eran preciosos y parecían bolitas de nieve con sus ojos azules! No los llevé a casa sino a un local comercial. La algarabía de los niños al verme llegar con mis gatos no se hizo esperar. Les serví un plato de leche bien caliente, pero comieron poco, acostumbrados a las tetas de su madre. Los encerré en un cartón bien sellado. “Daniel, te encargo a mis gatos”, le dije a un vecinito. Cerré las cortinas y me fui a cenar. Más tarde regresaría.
Mi calle es transitada y de noche hay
vendedores ambulantes. Nunca pensé que
los gatos se saldrían a curiosear pues extrañaban a su madre. Los chiquillos
estaban felices jugando con ellos pero en un descuido a un minino lo mató un
coche. Otros dos corrieron con mejor
suerte. Me explicó Daniel: “¡Mi mamá se lo regaló uno a una señora que bajó de una camioneta y lo acarició!”. --¿Y los otros dos? Le pregunté expectante--:
“Uno se lo llevó Quique, el hijo de doña Trini, y el cuarto desapareció”.
--¿Cómo que desapareció?, ¡pues ya no lo volví a ver! Contestó muy apenado.
Abrí mi local, muy afligido por el triste
final de mis gatos. Empezaba a tomarles
cariño. En una esquina un pequeño
bultito dormía escondiendo su cabeza.
Era el más frágil y decidió no seguir a sus hermanos. Una hembrita preciosa a quien le puse por nombre
Blanquita. Mi esposa está feliz con ella. Mi familia la cuida y la mima. Es la mascotita de mi casa. Hasta los ratones han desaparecido. Una cosa muy curiosa: los mata pero no se los
come.
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