Mi amate guardián
José de Cádiz
Luces tan imponente y majestuoso como un
templo tibetano. Si a tu nombre le agregamos
un acento a la A, significa ámate.
Hermosa definición.
Tus ramas extremadamente largas y sinuosas
parecen las manos de un gigante que intentara acariciarnos.
Tus hojas verdes y frutos agridulces son las
delicias de los venados y hormigas que vienen a acampar bajo tu sombra.
Eres el guardián de esta finca y has visto
pasar a tres generaciones de mis ancestros.
Nos has visto nacer y crecer a todos.
Conoces nuestros secretos y penas del corazón.
Te mantienes tan robusto y vertical que pareces
inmune al paso del tiempo. De seguro
encontraste la fuente de la eterna juventud.
Inconscientemente te comparo con mi pene.
Frente a ti hay un río y un arrollo que se la
pasan murmurando viejas rencillas de veranos e inviernos insatisfechos. Tú los escuchas indiferente alejado de
cualquier insidia o discordia.
Quiero decirte que te amo y lo he expresado
muchas veces. Eres mi mejor amigo. Cuando estoy afligido o triste vengo a
platicar contigo. También leo bajo tu
sombra.
Sé que me escuchas pacientemente como un
hábil psicoanalista. No creas que ignoro
que el silencio es el lenguaje de los sabios.
No me interrumpes cuando te expongo mis
problemas pero tu inmenso follaje se mueve al compás del viento. “Te comprendo”, me dices de esa forma.
Lo más importante es que me das la pauta a
seguir. Mi corazón entiende tu dialecto:
“Eres fuerte, valiente, y saldrás vencedor de esta contienda”. Me reanimas nuevamente.
Te respeto y admiro como solo deslumbra lo
eterno y sublime. Anhelo ser tan longevo
como tú. ¿Me podrías revelar tu
secreto?
Me pregunto cómo eras cuando estabas
pequeñito, ¿eras travieso y jugueteabas con el viento? ¿Platicabas con las libélulas
o abejas? ¿Te peleaste alguna vez con las hormigas? Seguramente miles de luciérnagas te visitaban en oscuras
noches.
Quiero saber, cómo era la tierra y la semilla
de donde brotaste, ¿el resplandor del Sol era más intenso? ¿Las primaveras y calandrias siempre fueron
tus amigas? ¡Cómo era el caudal de este río maravilloso! ¿Alguna vez te pisó un armadillo
debilitándote y resurgiendo más fuerte?
Quiero saberlo todo de ti. Por favor sé sincero y franco. No, no soy indiscreto, pero eres mi amigo y
entre nosotros no debe haber secretos.
¿Me prometes contarme tu vida para narrarla en un libro?
¿Que no te gustaría que tu vida la hiciera
pública? Toma en cuenta que posees experiencias valiosas que pudieran servir a
los demás. Tan solo revelarnos por qué
eres tan fuerte e indómito sería una lección de vida.
Me imagino cuántos huracanes, temperaturas de
cincuenta grados, y crecientes del río has tenido que soportar sin moverte ni
un ápice de tu base. Veo la envidia de
otros árboles que como yerba mala crecieron junto a tu tronco. Pero tu ramaje los supera en tamaño y
vigor.
¿Recuerdas cuando encontré a dos cervatillos
comiendo pacientemente tus frutos? Me acerqué a solo 20 metros y me detuve en silencio
para admirarlos. Pensé que en cuanto me
vieran huirían pero no fue así. Con la mirada les dije: “No quiero hacerles daño; no se vayan, por favor, solo quiero contemplarlos”. Los venaditos entendieron el mensaje y se
quedaron. Después de media hora se
despidieron, levantando su colita blanca, y se marcharon parsimoniosamente.
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