jueves, 19 de marzo de 2015

ADIOS A LA FAMA










José de Cádiz



La mujer se miró detenidamente en el enorme espejo de luna, con marco dorado, que adornaba la habitación.  Así, de pie, y reflejando su silueta de cuerpo entero la dama se contempla durante largo rato. Era bella en verdad, joven aún, y enfundada en ese vestido rojo de seda que le sentaba maravillosamente, parecía una diosa surgida de la mitología griega.

Sus manos recorrieron placenteras la gargantilla negra cuajada de piedras preciosas que pendían sobre su cuello largo y hermoso como de cisne.  Sus dedos fino y estilizados acariciaron el pelo negro y sedoso que contrastaba con la blancura de su piel.  Escuchaba una música discreta de Glenn Miller.


Encendió parsimoniosamente un cigarrillo.  Acto seguido, se encaminó lentamente hacia el enorme ventanal de cristal que daba a la calle, desde aquel edificio situado en La quinta avenida en Nueva York. Eran las 9:30 de la noche, del 18 de septiembre, 1941, día de su cumpleaños.


Extasiada, su mirada se pierde en el infinito contemplando el espectáculo de luces intermitentes por toda la ciudad.  Por momentos sus ojos se posan en la larga hilera de coches que transitan libremente la avenida a esa hora, con sus faros encendidos, semejando un desfile de luciérnagas, perdiéndose en el negro horizonte de la noche.


El ruido musical del timbre la saca de sus cavilaciones.   Es el portero del edificio quien le entrega un ramo de rosas con una tarjeta: "Feliz cumpleaños querida Greta", firma: Mauritz Stiller. Era el hombre que le había ayudado a encumbrarse en el cine.  El que la había convertido en una leyenda viviente.






Una sonrisa tenue se dibuja en sus labios a la vez que una lágrima humedece sus pupilas.  Por un momento su mente se sumerge en la mañana de los recuerdos.  Hacia 17 años que había llegado a Hollywood procedente de su natal Suecia. Hoy por hoy estaba convertida en la estrella más famosa del cine mundial.  Ella lo sabía, como sabía que estaba tan solitaria en aquella fecha especial.


Sin querer recordó nítida mente sus orígenes. Cuando era una chica ingenua, llena de ilusiones, empleada de una tienda departamental de Estocolmo, Suecia.  Con qué ilusión se compró aquel vestido nuevo gastándose todos sus ahorros.  Y luego la cita con el primer novio del que creyó estar perdidamente enamorada. Un desengaño le impidió llegar al altar con él. 


Tenía ambiciones, claro, pero eran convencionales como las de toda mujer de su clase. ¿Por qué tuvo que descubrirla ese director y proponerle hacer cine? Y luego estudiar un oficio que desconocía, que no le gustaba.  Pero el cine y la fama, es un opio, y el que lo prueba jamás retrocede, pensaba.


Se sentía tan desolada en ese momento que hubiera preferido ser menos famosa por estar acompañada por alguien que mitigara un poco ese vacío en su alma. Acababa de filmar la que sería su última película: "La mujer de dos caras", aunque su nombre y figura causaban revuelo en América y Europa, algo había en todo eso que no acababa de gustarle.






Se daba cuenta que los hombres la miraban como algo inaccesible y tan lejano.  Y desde luego que era "inalcanzable" para el común de los mortales, se repetía con un dejo de ironía.  Greta, no tenía autorizado salir a la calle, ni que la vieran sus fans, como las estrellas actuales.  Era el Star system de los años cuarentas que había cavado su propia tumba.


Su categoría de mito la condenó al silencio y aislamiento. La gente no podía acercarse a ella, ni tocarla, tan solo mirarla.  Los mitos cinematográficos son así: llenos de misterio, carisma, y glamour, alrededor de ellos se teje un nimbo de fantasía con visos de realidad.  Ella poseía esos ingredientes en cantidades industriales.  "Es una mujer extraordinariamente talentosa", decían quienes la conocían.


Fumando con sus recuerdos hizo comparaciones entre su pasado y entorno inmediato. Algo había en común entre aquellos gigantescos edificios que la rodeaban y su vertiginosa carrera artística.  Ellos, eran un portento de la ingeniería moderna.  Ella, había llegado a alturas inconmensurables gracias al séptimo arte y la había convertido en estrella absoluta.






Paradójicamente empezaba a sentirse prisionera de su propia fama. Estaba harta de aquel medio oropelesco lleno de glamour y extravagancias. Harta de las fiestecitas del mundo de Hollywood a las que se veía obligada a ir. Cansada de la hipocresía de sus compañeras actrices.  Asqueada de aquel ambiente sórdido en donde las drogas y degeneración sexual campeaban.


Marlene Dietrich, no dejaba de asediarla, y repetirle que la amaba.  En aquellas fastuosas reuniones era común que los astros de la pantalla se acostaran con quien les viniera en gana.  Eso les daba estatus de estrellas. Reflexionó por un momento en aquella vida vacía, tan escandalosa como falsa, tan deslumbrante como carente de toda autenticidad.






--"¿Cómo estás linda?", le decía Mae West con un beso, mientras en privado esa libertina actriz la llamaba: "puta extranjera indeseable".  Ella misma se había vuelto un ejemplar de hipocresía al tener que fingir todo el tiempo.  Ser sincera en ese medio acarreaba obstáculos y contrariedades.


A pesar de que tenía talento pocos directores la veían con buenos ojos y afirmaban que Mauritz Stiller, siendo extranjero, se las había impuesto, desplazando a muchas actrices norteamericanas. Greta Garbo, era la actriz mejor pagada de Hollywood.


Le asustaba la codicia de los grandes productores y su afán por incluirla en sus película.  Ella se vengaba cobrando los sueldos más altos del celuloide y por supuesto se sabía igual de ambiciosa.  Del cine mudo había pasado al cine sonoro y no obstante haber demostrado su talento interpretativo en películas como:  "Reina Cristina", "Mata hari", y "La dama de las camelias". Todas la habían consagrado en el gusto popular pero una duda la inquietaba: ¿Por qué Hollywood no la había premiado nunca con el Oscar?







Esa noche la gran Garbo en aquel departamento frío e inhóspito estaba particularmente receptiva a la nostalgia y se abandonó en el torbellino del pasado.  En el fondo era sensible y tímida, ¿por qué engañarse así misma? Después de todo su imagen de mujer fatal era solo una careta, imagen prefabricada de estrella.

Nunca pudo olvidar aquella ocasión cuando su amante en turno, John Gilbert, (ídolo de la pantalla) la llevó a visitar una granja en las inmediaciones de Los Ángeles.  Ahí una campesina los recibió amablemente en compañía de su esposo.  Cuanta ilusión y amor a la vida creyó ver en los ojos de aquella mujer.  Cuanta diligencia y con qué presteza se dispuso a preparar alimentos a sus hijos mientras su cónyuge alimentaba a las vacas.


Frente a ese escenario campirano John le musitó al oído: "Cásate conmigo". Ella sonrió con ironía mientras el galán la besaba apasionadamente.  Se horrorizó de solo pensar en verse ella misma en situación de aquella señora: preñada y con dos hijos llorando.  No, definitivamente ella no estaba hecha para el matrimonio.





Por eso lo dejó plantado el día que convinieron casarse, por eso se había practicado varios abortos.  Había entregado su cuerpo pero jamás sus sentimientos.  Era obvio que a John Gilbert le había fallado la táctica para convencerla.  A ella le gustaba el campo pero no vivir ahí.

Mientras tanto los campesinos regocijados con la presencia de aquellos astros los invitaron a comer.  -¿Es Greta Garbo? Le pregunto discretamente la señora al esposo.  Él contestó-: Sí, es ella, y es más hermosa que en la pantalla. Por educación tomaron algo de la mesa aquellos ídolos mientras un lujoso convertible los aguardaba cerca de la carretera.  Más tarde se retiraron y Greta se preguntaba: "¿Será feliz esta mujer en este ambiente?".





Su nostalgia la regresa nuevamente al departamento de Nueva York. Era una noche helada y se cubrió con un chal. En ese momento se sintió un ser humano común y corriente a pesar de que en la marquesina la llamaban Diosa. Nunca permitió que los remordimientos la acosaran, hasta ese momento. Había sido una mujer fría, calculadora y práctica, la disciplina era su fuerte.

Pocas veces tomaba, era estoica e íntegra, pero esa noche se sirvió unas copas.  Encendió el fonógrafo y escuchó repetidamente el disco: "Rosas rojas que hablan de felicidad", era el mismo que le había regalado John Gilbert, antes de que se suicidara alcoholizado, por el amor de Greta. Ahí terminó su fulgurante carrera de actor decepcionado y sin ilusiones.


Recordando ese pasaje Greta no pudo evitar que sus lágrimas fluyeran y se derrumbó en un sofá.  El rimel y pintura corridos hicieron más patética su expresión: "Perdóname, John, te fallé, te fallé", musitaba la diva. Definitivamente, había dejado escapar la felicidad de sus manos seducida por el oro de las candilejas.






Esa noche visiblemente emocionada la diva tomo una decisión, la más irreversible de su vida: abandonaría definitivamente el cine.  Ya no le importaba la gloria como tampoco el escándalo de la prensa. Al diablo con los periodistas y la Metro Golden Mayer con la que tenía contrato.  Se alejaría para siempre de los reflectores, cambiando el oropel por el silencio, el candelero de la fama, por el sosiego de su vida personal.

Abrió el armario y sacó de un pequeño cajón el contrato con la productora cinematográfica.  Lo rompió en mil pedazos y lo lanzó al fuego de la chimenea. Contempló estática como el fuego devoraba hasta la última letra. Suspiró aliviada.


Los periodistas no lo sabían pero le aterraban los medios y entrevistas tanto como le aterraba ser reconocida y asediada.  Huía literalmente de sus fans y de las aglomeraciones.  Su fama estaba devorando lo más sagrado y valioso que puede poseer una celebridad: su intimidad.  Y era un precio muy alto que no estaba dispuesta a pagar.


Ella que había encumbrado lentamente los peldaños de la popularidad.  Hizo sacrificios y rechazó en lo posible los halagos de la fama.  Negándose a salir a la calle, a conceder entrevistas, a hacer apariciones en público. Todo con tal que le permitieran ser ella misma, de que le concedieran vivir su propia vida.




   
De no haber actuado así hubiera terminado suicidándose igual que muchas estrellas de la época.  Lupe Velez, Ramón Novarro, y Carmen Miranda, estaban tratándose psicológicamente y viviendo la misma situación de hastío. Lupe, terminó quitándose la vida en 1944.  Dolores del Río, salió huyendo prácticamente del cine para radicar definitivamente en México, diciendo: "Hollywood es uno de los lugares más crueles que he conocido".

La fama había comenzado a abrumar a Greta. Un día los medios la elogiaban: "Greta Garbo en su mejor película", y otro día afirmaban despectivamente: "Actriz chocante y paranoica en el ocaso de su carrera". Era como navegar entre la nieve y el fuego. Como vivir entre el infierno y la gloria.

Greta, se quedó profundamente dormida en el sofá. Pasados unos minutos sintió ganas de orinar y trastrabilla para ir al baño. La bebida y cigarrillos habían surtido efectos. Un agudo dolor de cabeza hace que se apriete con fuerza las sienes.  Sentada en el lujoso retrete se da cuenta que tiene necesidades fisiológicas igual que cualquier mortal. Nunca como entonces se sintió parte de la especie humana. Sonrió para sus adentros.





A otro día tomó el primer avión rumbo a Suecia.  De donde quizá nunca debió haber salido.  Después de dejar el cine nunca más regresó. Tenía ganas de viajar y ver a su familia. Quería leer, aventurarse, hacer lo que le viniera en gana.  Hacía tiempo que no veía a su hermano y su única hermana había muerto.  Unos deseos inmensos de darle un beso a su madre. "¿Cómo es posible que la fama me haya deshumanizado tanto?", se preguntaba.

Pasaron más de 30 años de aquella drástica decisión.  Un día decide viajar a París a visitar un amigo.  En un café al aire libre se sientan a tomar el desayuno cada mañana.  Greta, vistiendo informal, pantalón, sombrero, y blusa de seda blanca.  Traía gafas queriendo pasar desapercibida.

De pronto, un periodista cree reconocerla y la aborda:

--¿Disculpe, Miss Garbo? ¿Me permite hacerle una entrevista?

 Ese diálogo llama la atención y en cuestión de minutos la gente se arremolina en torno a ella.  Greta vocifera:

--¡Oh no, por favor, déjenme en paz! ¡Ya no hago cine! ¡No deseo dar entrevistas! 

Apenas tienen tiempo de salir corriendo de aquella aglomeración pero en la confusión le quitaron gafas y pañoleta. En la calle corren como locos para que no los alcancen los medios y fans.  

Jamás dejó de ser noticia y causar revuelo en donde se encontraba. Su renuncia al cine contribuyó a fomentar la leyenda y con ello a conquistar la inmortalidad. Sin embargo, ¿vale la pena conquistar el estrellato mundial si al final ha de terminarse sola? peor aún, alejada y abrumada por la fama.

El Cairo, Egipto, diciembre 24, de 1979.

Una anciana desciende del concorde en el moderno aeropuerto de esta capital. Esbelta y erguida camina de prisa, solo trae de equipaje una bolsa de yute y otro bolso pequeño.  Viste jens, gafas, y un sombrero viejo de fieltro. De pronto, una turba la asalta a la salida de la terminal. Greta corre despavorida como alma que lleva el diablo. 


         "La vida sería maravillosa si tan solo supiéramos qué hacer con ella"








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